martes, 14 de febrero de 2012

Lo que eres.

Alzar la vista al cielo y descubrir esas siluetas blancas y rojas,
que descienden hacia al suelo a toda velocidad.
Ángeles ensangrentados que ya no suplican clemencia,
que caen vertiginosamente hacia su muerte,
hacia la realidad.

Virginidad de la conciencia.
Dulce mentira que mantiene vivo al hombre,
que destripa los segundos y separa los filamentos de la culpabilidad que mancha cada nombre,
que oculta cada escombro entre las ruinas,
que mantiene frío cada cubo de hielo frente a la lumbre.

Vivir persiguiendo la nada.
Bucear en el vacío de un todo que no significa nada,
que no quiere decir nada,
que cree que lo tiene todo y en realidad no tiene nada.

Solo la espada, solo el puñal que abre heridas y agoniza entre llamaradas,
entre hogueras, entre gritos de guerra y carnada para peces ciegos
que buscan un lugar en el que esconderse del alma.

Respirar cada bocanada.
Sentir cada impacto que el dolor nos transmite,
cada segundo de sufrimiento que el mundo permite que experimentemos sin presentar queja,
sin rasgar a gritos el alba, sin poder decir nada.

Calla.
Observa.
Anda.
Húndete en la sombra y recupera cada año de vida muerta,
cada mes de existencia tuerta,
cada día de experiencia coja que no te dejó llegar más lejos.
Cada minuto que te hace más viejo.
Cada segundo que te hace creer que algún día serás libre,
que algún día volarás como el vencejo.

Pero no.
Seguirás siendo una estampa,
un sello casi despegado del sobre,
una cicatriz no cerrada, una herida mal curada.
Una sonrisa muerta en un espejo sucio,
que se retuerce y se distorsiona hasta hundirse en mi mirada.

Y entonces serás lo que eres.

Nada.