jueves, 5 de enero de 2017

Elegía.

Una noche que no es noche
cubre esta ciudad que nunca será una ciudad.
El mundo sigue girando sin mí,
pero no dejo de sentirme atrapado 
en este reloj digital sin pilas que me oprime la muñeca
y que me recuerda las botellas que no he vaciado.

Estoy despierto, sentado en un aula de instituto
a oscuras.
Luces de neón entran por la ventana,
iluminan los pupitres cubiertos de sangre y coca
que hace mucho tiempo olvidaron a sus dueños.
Pero no hay nadie aquí dentro.
La música sigue sonando ahí fuera.
¿Por qué sigo aquí,
con este olor a quemado,
mientras el humo me rodea lentamente y lame mis tobillos?
Sigo encerrado en un aula en llamas,
incapaz de comprender quién empezó este fuego.
Incapaz de comprender por qué no lo apagué a tiempo.

Vuelvo a contar las tiritas que cubren mi piel,
una a una.
Las que cubren mi cara y mis manos.
Es más fácil que averiguar cuántos años tengo
porque ya no queda nadie a quien preguntar.
Sigo mirando a través de la ventana trasera de un coche
como un perro en vacaciones,
en esta realidad con olor a despedida
en la que se quedaron atrapados todos ellos.

Y no sé si estos minutos serán los últimos de un largo viaje.
No tengo ni la menor idea de qué color es el exterior,
porque siempre salí de la piscina dejando un pie dentro del agua.
Agarrado a la barandilla,
con la cazadora abrochada.
No sé si estoy preparado para caminar a oscuras
con la polla fuera y la cartera vacía,
pero las grandes historias siempre comienzan
con un círculo, un sabio,
un compañero,
una ruptura,
y un viaje lejano.
Tengo todo dentro de mi maleta,
incluso el dragón.
Especialmente, el dragón.

¿Y si estoy equivocado?
Lo peor que puede pasar es que me hunda en el oscuro mar.
Pero he vivido durante mucho tiempo en el fondo del mar
como para acobardarme ahora.

Y aquí sigo,
empapado de luces de navidad,
recordando nombres que saben a pastillas y a alcohol.
Reviviendo momentos que provocan moratones,
barajando realidades que me aplastan el pecho.
Hago malabares con los pocos hilos que me han dado,
con mis marionetas y las suyas,
porque el show debe continuar,
y esto es la vida real,
no una fantasía.
Y la historia que sujeto en mis manos es tan
frágil
como una mirada en un bar.
Si pudieses ponerte en mis zapatos,
conducir mi coche durante un día,
sentarte en la sala de cine de mi cabeza
y ver las películas de terror que yo veo a diario.
Si pudieses comprender lo que yo me veo obligado
a comprender aunque no lo comprenda.
Si pudieses entenderlo...

Si pudieses, trataría de no permitírtelo.
Porque mejor yo que tú,
y yo estoy más acostumbrado a la sangre y el frío.

Hoy he soltado los cordones de mis zapatillas
y he dejado que el mundo se hundiese en el mar.
He subido a lo alto de la torre
y he escupido sobre los coches.
Una vez más.
Pero no he sentido que nada haya cambiado,
y eso me ha entristecido.

Supongo que esa es la razón por la que me gustaría
tener una maleta enorme en la que meterlos a todos
y alejarlos de esta hora muerta.
Llevarlos allí donde sonreír no sea un delito.
Pero esta es la baraja que nos han dado.
Y aunque se me da muy bien hacer trampas,
no puedo ganar la partida por los demás.

Hay una parte de mí que permanecerá entre estas cuatro paredes
el resto de mi vida.
Y eso es bueno,
porque significa que estas cuatro paredes me dieron la fuerza
de encontrar otros faros.

Cuando la historia empezó,
no me dieron nada más que un bidón de gasolina,
una cerilla
y un cigarro.
Y sigo buscando la manera de escribir con ello.