martes, 7 de julio de 2015

Crónica y despedida.

Ya he asesinado antes.
Tengo demasiados cadáveres al pie del camino,
amontonados y podridos,
inundando de peste los páramos en los que me escondo.

Ya me han asesinado antes.
Tengo demasiadas heridas abiertas en el cuerpo,
que por las mañanas sangran y por las noches susurran,
llenando de miedo los huecos vacíos.

No estoy dispuesto a esperar la caída del hacha esta vez.
No voy a esperar mi muerte de nuevo.

Nací en un lugar en el que los gatos tienen la mandíbula rota
de pelear por comida que no quieren.
Yo fui un perro callejero, sucio y maloliente,
que mordía y golpeaba todo a su alrededor,
evitando la lluvia de uñas afiladas y maullidos constantes.
Abandoné las calles,
me di al monte,
me di al agua y al aire,
al verde,
a la nada.
El lobo nació en mis tripas y salió aullando,
llorándole a la luna.
El hielo cubrió los órganos,
el vacío se hizo inmenso.
El Never me encontró y vagué voluntariamente por sus senderos,
una y otra vez.
La rabia se hizo real,
se acumuló en mi espalda y me obligó a cargar con su peso.
La ira, el rencor, la sangre y el miedo comenzaron a llorar de mis ojos.
El mono hizo explotar mi corazón al nacer,
y desparramó la poca humanidad que me quedaba
por el suelo del bosque.
Allí donde cayeron mi sangre y mis entrañas,
dicen que no ha vuelto a crecer hierba.

Pero qué te voy a contar.
Tú eso ya lo sabes.

No es la primera batalla que pierdo,
no importa su duración.
No es mi primer adiós,
no es mi primera herida.
No voy a esperar pacientemente, de nuevo, a que mi destino sea decidido.

La noche me abraza y no alberga horrores.
No quedará rastro de mi.
Yo decido mi muerte.