lunes, 28 de diciembre de 2015

Dementia.

Lo siento, princesa
No estás a mi altura.



Entre tu vértigo y mi claustrofobia,

no es buena idea que bajes hasta aquí.

martes, 22 de diciembre de 2015

Reconfiguración.


Tiene un sabor metálico. Como la sangre en la boca después de un golpe. La soledad tiene un sabor metálico.

No estoy diciendo que esté solo. Una persona puede estar rodeada de gente y sentirse minúscula y sola por dentro. No, tampoco me siento minúsculo, ni solo. Simplemente, no me siento. No me siento últimamente.

Siento que no soy yo. Es como si una réplica idéntica a mi se hubiese adueñado de mi cuerpo y mi vida, y me obligase a mirar mientras él trabaja. 

:
} / Protocolo 121: beber agua /
} / Protocolo 32: dormir /
} / Protocolo 1423: toser /
} / Protocolo 41: besar/
} / Protocolo 1: analizar /
:

No quiero decir que no sienta las cosas que hago últimamente. La verdad es que no sé qué quiero decir.

Siento que cada cierto tiempo, un circuito dentro de mi se rompe y puedo mirarme desde fuera. Puedo no sentir nada. ¿Dejo de sentir porque no quiero sentir, o dejo de sentir porque me sobrecargo al sentir tanto?

Intentar ponerte en orden por dentro. No sé hacia donde lleva el resultado de intentar ponerte en orden a ti mismo. Sé que por primera vez he dado un paso en la dirección correcta. Rebuscar en tu propia programación sin borrar nada en el proceso. Por qué esto está aquí, y qué hago con esto aquí. Esas cosas.

Reflexionar. Ser tú. ¿Dejar de ser yo? No olvidar nunca quién eres, pero olvidar lo que te hace ser lo que no quieres ser. No ser lo que quieres ser, porque entonces todo sería siempre mentira. Ser lo que debes ser, pero no lo que te obligan a ser. 

Ser es difícil. Tanto como querer ser.

Mejor solo querer.

En resumen:

Siento, no puedo evitar sentir demasiado. Eso me asusta, y necesito dejar de sentir durante un tiempo.
Soy consciente del umbral de dolor que puedo soportar. No soy consciente del umbral de dolor que puedo provocar. Es difícil vivir sabiendo que tu sola existencia duele. Pero hacemos lo que podemos con lo que nos dan. Y desde luego, no creo que haya un dios ahí arriba. Quizá ansío que no exista para tener la oportunidad de tener las riendas. Quizá me da pánico pensar por un solo momento que no sea yo quien tiene las riendas. Qué más da. En un caso o en otro, moriré solo. Qué importa si alguien lo supervisa o no.
Es difícil vivir entre luces y sombras, sin saber muy bien qué eres. 
Me gustan los deportes en los que la gente sangra, las películas sin final feliz, la música que me susurra desde dentro.
No me gusta el invierno porque la gente muere y las casas me dan claustrofobia. 
No me gusta el verano porque no soporto el calor y la gente finje ser feliz porque el sol se lo ordena.


No me gustan las personas porque hacen daño cuando no pueden tenerse las unas a las otras.
No me gusta estar solo porque no quiero quedarme a solas conmigo.
No me gusta el pasado porque fui destrozado.
No me gusta el futuro porque voy a destrozarlo.



Me gusta Red.

Eso sí lo sé.

Me gusta Red y todo lo que conlleva.

Al final del día, todo lo que me importa es si ella sigue esperando a la entrada del túnel, lista para entrar en la oscuridad juntos. Pero no sé demostrárselo. Supongo que no estoy programado para eso. Me gustaría decirle que lo intento, pero que no me sale bien. Siempre me sale torcido, desbordado, mal, del revés. Se me da mal no sentirme miserable. Vete a saber por qué. Pero no te vayas lejos.

La soledad tiene un sabor metálico. Como la sangre en la boca después de un golpe. 

Creo. 

Ya apenas me acuerdo.






"¿Crees que hay alguien más aquí? Aparte de mí, no he visto a nadie. Pero cuando miro hacia arriba, donde debería estar el cielo... te veo a ti. Y sé... que puedes oírme"

viernes, 18 de diciembre de 2015

Nunca pensé que iba a hacer tanto frío aquí dentro sin ningún motivo.

Nunca pensé que iba a doler todo tanto, a todas horas, sin ningún motivo.

Nunca pensé que no tendría una explicación para algo.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Crash()

Este lugar ha sufrido muchos cambios. Lo llamo lugar porque es lo que es. Sé que no es más que un montón de cifras en el vacío, números en una nube de datos, letras y códigos en la nada. Pero para mí, este sitio es más real que cualquier otro.

Me han preguntado muchas veces por qué escribo. Siempre digo que no me gusta que me lean, siempre hablo de eso que nos gusta tanto a los que escribimos: "No, si yo escribo para mí". Eso es una verdad y una mentira, a partes iguales. Yo no necesito leer esto. De hecho, necesito expulsarlo. Son pensamientos que se agolpan y pelean por salir fuera de mi cabeza, necesito sacármelos de dentro como un alien o una enfermedad progresiva. Estas palabras que leéis aquí son un proyecto siempre inacabado, repentino, brusco, sucio e infeccioso que me arranco de las tripas antes de que termine de devorarme. Lo dicho: yo necesito escribir esto, no leerlo. Cuando vengo aquí es porque necesito escupir, no tragar. A pesar de esto, evidentemente, escribo para alguien, pero ese alguien no es de carne y hueso. No escribo para vosotros, no escribo para mí, no escribo para ellos. Escribo para alguien que no conocéis, y yo tampoco. Pero ya volveremos más tarde a eso.

Este lugar ha sufrido muchos cambios. Muchas veces he venido aquí con la necesidad imperiosa de liberarme de numerosas cargas internas, numerosos lastres que han crecido dentro de mi estómago como tumores que no me dejan dormir, que hablan y hablan y hablan y su voz retumba dentro de mí. En algún momento vine aquí para saciar un apetito artístico, la necesidad de plasmar una idea que rondaba mi cabeza constantemente. Pero esos días quedan bastante lejos, supongo. Y ya no queda nadie aquí para comprobar que lo que digo es cierto. No queda vivo nadie de los viejos tiempos, Chains. Nos quedamos solos.

Hubo un tiempo en el que bajaba las escaleras del sótano para encontrarme con piezas de mí. Echaba un vistazo a mi galería de los horrores, a mis pedazos, mis recuerdos. Convivían aquí, sin hacer mucho ruido, con la llave en la trampilla y el polvo en la estantería. Lo que en aquella época era un oscuro rincón de muerte y olvido, ahora puedo incluso recordarlo con nostalgia. Era un viaje excéntrico y casi divertido, bajar de la mano de mi sombra a recordar mis momentos más profundos. Pero la adolescencia es una enfermedad con una cura muy barata y sin efectos secundarios. Excepto para los Münchhausen, pero eso es otra historia.

Hubo un tiempo en el que el sótano desapareció de la casa y mi único mueble fue un escritorio manchado de tinta, cubierto de papeles, ceniza y botellas. Un pupitre, un lienzo en blanco. No lo recuerdo con tanta nostalgia. Lo recuerdo con estupidez, la de alguien que creía estar haciendo algo de provecho. Lo mío nunca fue encontrarle forma a las nubes, lo mío era provocar hongos nucleares en el cielo estrellado. Lo mío nunca fue dibujar con óleo, lo mío era decorarme con sangre. Siempre fui más de escupirme el cuerpo a golpes que de retratar la belleza ajena. Así que me dediqué a eso.

Por eso hablo de esto como un lugar. Para mí es un lugar, tan físico como una plaza por la que paseas con tu enamorado, tan real como el ataúd de un ser querido. Es un lugar tan sólido como el suelo sobre el que vomito y las sábanas sobre las que sudo cuando necesito dejar mi recuerdo en estas páginas. Pantalla. Lo que sea.

Consciente de ser creador, disfruté convirtiendo esto en mi propio bosque. Nací del verde, del verde que cubre la fría roca y el verde que empapa la arena de las playas. Los bosques son lugares casi sagrados, deidades paganas que se agarran con fuerza al suelo, protegiéndose de los tiempos en los que nadie cree en ellos. Pendientes de no ser devastados. Temerosos de ser olvidados. Un bosque es un monumento a lo la humanidad podría haber sido. Pero elegimos la ciudad. Elegimos el neón, el humo, los condones de látex, la comida prefabricada, las rebajas, los píxeles, el gas, el cemento. Y está bien, espero que no se me malinterprete. No quiero sonar como un anarcoprimitivista furioso contra la raza humana que clama el regreso de la naturaleza y el extermino del hombre contemporáneo. Tendría cojones hablar de eso desde un puto blog. Y que conste: los he conocido.

No está mal haber elegido el neón y no la luna. Somos criaturas cambiantes, dados a la noche y la falta de moral. Nunca encajamos en un planeta tan bonito, así que creamos nuestro propio infierno urbano para identificarnos con las baldosas. Frías, rígidas, sucias, insignificantes, olvidadas. Está bien haber elegido el neón. No nos merecíamos el bosque.

Disfruté creando mi propio bosque. Cuando mis fantasmas personales lograron escapar del sótano y campar a sus anchas por mi casa, fue difícil saber que hacer con ellos. Y se puede convivir con ello, que nadie diga lo contrario. Pero abrirle la puerta y las ventanas a alguien, dejar que alguien entre en tu casa y compartir un diminuto espacio para dos, conlleva una gran responsabilidad. No puedes vivir con alguien dentro de ti y pretender que se acostumbre a tus cicatrices vivientes que respiran, cagan y duermen donde comes. Así nació el bosque, pero no importó. Si hay algo maravilloso en mis monstruos, es el amor que me tienen. Me seguirían al fin del mundo. Estoy orgulloso de mis traumas. Los he entrenado bien.

La única solución posible era deconstruir el mundo. Y aquí me encuentro, en la matriz del problema. Decodificando mi realidad, abriendo mis texturas. Si somos hijos del neón, no estamos hechos de otra cosa que de ficciones. De luz, de imágenes, de píxeles, conexiones incabadas y circuitos abiertos. Aquí me encuentro, con mi universo sobre las manos, estas manos vendadas más acostumbradas a golpear la carne que a acariciarla. Aquí me encuentro, desmontando la realidad poco a poco y desvelando la estructura interna de todo. Contemplando el verdadero color de mi mismo. No es una declaración de intenciones ni una explicación de por qué este lugar muta a toda velocidad. Esta es una nota al pie de la página más grande hasta la fecha en el libro de mí mismo. Ese momento en el que tienes que sentarte a volver a escribir, y comprendes que es hora de cambiar de color.

Como decía antes, no escribo esto para vosotros pero tampoco para mi. No hay argumento más pedante y estúpido que decir "Escribo para mí, no para la gente". Y no hay cosa más ridícula que aquel que "escribe para los demás". Honestamente, a los demás no les importas una mierda.

Escribe para el yo del futuro. Es el único que te lo agradecerá. El que agradecerá que le muestres sus propios errores. Sus propios juicios equivocados. El que agradecerá que le hables de sí mismo. Escribe  para aquel que está a punto de cometer los mismos fallos, en una dimensión próxima. Si fuese tan fácil, golpearíamos con los nudillos el cristal del espacio-tiempo para decirnos a nosotros mismos: "Eh, ni se te ocurra. Eso ya salió mal antes". Pero no es tan fácil. Por eso escribo. Si alguna vez alguien os pregunta por qué escribo, decidles que porque soy un bicho raro. Será la manera menos dañina de explicarlo.

Y es que todo empieza por el principio. Si dudo de la realidad, dudo de pensar, dudo de mi pensamiento, dudo de mi mismo, termino dudando de mi pensamiento sobre la realidad. Descartes se anotó un tanto en su día. Lo que quiero decir es que todo era mucho más sencillo, Jack. Mucho más de lo que creías. Todo empezaba por el principio.

Esto nunca fue un lugar. Esto siempre fue tu mentira particular. Y es hora de deconstruirla. De romper el código. De abrir el sistema. De desmembrar el circuito.

Esto nunca fue un lugar.

No sé quién eres.
Pero puedo decirte quién no eres.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Oración del nvumbi

Sueño que pienso,
y siempre odié pensar.

No hago otra cosa
durante todo el día.
Por eso lo aborrezco tanto.
No soy capaz de
mantener la mente en blanco
bajo ninguna circunstancia.

Sé pensar, no meditar.
Odio pensar, odio soñar.
Pienso lo que pienso
sobre el hecho de pensar,
y lo odio.

Soy incapaz de detener el proceso.
Ya no veo caras, veo historias,
mentiras, teatro, máscaras, dramas.
Ya no veo palabras,
veo cuchillos, balas, metralla.
No puedo evitarlo.

Me he convertido en un perfecto
monstruo al margen del mundo,
que observa en silencio y piensa.
Solo piensa.
Y odia pensar.

Pienso que sueño,
y odio soñar.

Mis noches son eternas carreras
en una dimensión en la que no existe el tiempo.
Corro perseguido por recuerdos
de dedos largos y afilados.
No sé si tratan de agarrarme,
o si solo me señalan.
Si me señalan para revelar
mi posición a una bestia viscosa
que se esconde en las sombras,
más allá de donde mi vista alcanza.

Con diferentes formas,
diferentes esencias,
diferentes historias...
esto es todo cuanto sueño.
Tinieblas, sótanos, cuevas,
laberintos, cárceles, búnkeres,
habitaciones, celdas,
cajas, tumbas.
Eso es todo cuanto sueño,
y odio soñar.

Pienso y sueño.
Solo la guerra y el bosque
me mantenían en vivo
en algún extraño pasado
que ni siquiera sé si existió.

Pero hace tiempo que no pienso
en pelear.
Hace tiempo que no sueño con el bosque.

Siento que el tiempo no avanza,
que no envejezco.
¿Quizá ya soy viejo?
¿Quizá ya he muerto?

Siento que me atrapa este odio silencioso,
esta apatía furiosa que se come mis tripas
día tras día.
Estos ojos abiertos y esta boca cerrada
que calla y observa el universo.
Estas venas apretadas,
esta sangre en ebullición,
este corazón a punto de estallar,
lleno de ira.
Son los únicos apoyos que tengo aquí dentro,
en mi interior.
En esta realidad de texturas inacabadas,
horizontes de plástico y píxeles rotos.

El apetito de sangre
dio paso
al sueño eterno.
Y odio soñar.

Echo de menos la guerra.
Echo de menos el bosque.

Pienso en el bosque.
Sueño con la guerra.

Y así, lentamente,
me convierto en lo que odio.

sábado, 10 de octubre de 2015

Mensaje 39461090.

Control, ¿me reciben?



Hace frío aquí fuera.

Ya no quedan luces en el horizonte,

esto es una noche eterna.



No recuerdo el sabor de la comida,

no recuerdo el olor de la hierba,

ni el calor del sol.




Control, ¿me reciben? Por favor.


No encuentro el camino de vuelta a casa.

Hace frío aquí fuera.


Hace un rato que no siento las puntas de los dedos.


No veo nada a mi alrededor,


no siento nada bajo mis pies.




















Control, ¿por qué me has abandonado?



Solo quise ver su rostro una última vez.


Estaba ahí fuera,
tras el cristal, 
sonriendo.

Flotando entre un millar de luces,
brillante,
radiante,
nuclear.



Olvidé sujetar la puerta.
Olvidé atar el cable.

Me sonrió una última vez antes de desaparecer en la nada.

Con sus ojos penetrantes y su boca brillante.





Lo siento, Control.



No pude evitarlo.

Ahora no queda nada aquí fuera.

Ni ella ni yo.


Solo doy vueltas en la nada,

sin suelo sobre el que estrellarme.


Tengo tanto frío...








Control, ¿podéis oírme?




Creo

que

me muero

despacio.





Ahora  ya

no hay vuelta atrás.

Debí matarla

cuando tuve la oportunidad.


Ahora no

hay nada que hacer.









Creo que es la sexta vez


que repito este mensaje.


No escucho bien mi voz.


Todo es una canción lejana, apagada,


sumergida, distante.










Control, ¿me recibes?






No me dejéis aquí.




No sé cuantos días han pasado.



No sé si esto es real, o un sueño.





Si hay alguien ahí,



por favor,


venid a buscarme.




Tengo




frío.











Escucho un "clic" que hace eco dentro de mi casco.



En algún lugar lejos de aquí,




alguien ha apagado la transmisión.









Por favor,


Control.





No me dejéis aquí.

















No me dejéis aquí.











martes, 11 de agosto de 2015

Black Mass.

Puedo ver a lo lejos
los días del hacha
y la sombra.
Si extiendo mi mano
puedo palpar
con la punta de los dedos
mi pasado
fundiéndose entre la verdad y la mentira
deshaciéndose lentamente
convirtiéndose en una persona
que me mira desde el otro lado del espejo
y sonríe
sonríe
sonríe
y llora

pero cuando despierto
en mitad de la noche
siento la huella pegajosa
en mi cuerpo
de una enorme boca
que intenta tragarme
lentamente
sin prisa
con su húmeda lengua negra
lamiendo mi espalda
quemando mi carne
con esa saliva ácida
y llena de
recuerdos
que me empapan y recubren
en un viscoso abrazo
de muerte
y sueño que despierto
pero sigo encerrado en mi
infierno
de negro
húmedo
crujiente
frío
lamer
beso
succiona
mastica
desgarra
destroza
deseo
destruye
sudor
a veces
me gustaría ser otra persona
para recordar quién soy en realidad.

Despierto en la cama buscándote, empapado en lo que creo que es sudor frío. Y cuando no estás, la habitación es más pequeña. Sé que estás al otro lado del espejo, con tu melena roja y tus ojos llenos de vida. Pero no tardes en venir.

Necesito tu mano en esta noche tan oscura.

O-Ren y el Monstruo.

En los días más oscuros, he aprendido a mantener la vista fija en el camino.

Cuando comenzó la Senda, creía entenderlo todo. Fui Príncipe. El mundo no era un lugar tan complicado como los sabios querían hacer entender. Caminé, avancé, sonreí. Me engalané con mis victorias, viajé bajo el sol, contento y radiante de ser uno más con el Universo. Estaba seguro de poder domesticar a golpe de látigo y mente, señor de mis pasos, poder cabalgar mi historia y galopar, bajo la atenta mirada de aquellos que me aman. "¿Pero quién te ama?", preguntó una voz de pronto. Se detuvo el desfile. Y busqué su mirada entre las personas que me rodeaban, pero nunca la encontré. Esa voz me persiguió por los callejones de todas aquellas ciudades a las que fui.



La búsqueda de la voz me desquició. Dejé el reino a un lado, dejé de ser Príncipe para ser Viajero. La voz me hizo perder la cordura, buscar complicidad en los espejos rotos, abrazarme a camas de clavos y bidones de gasolina. Quise sentir, sentirme. Destruí lienzos preciosos, sentir. Si tuvieses el poder de hacer cualquier cosa, ¿no querrías saber si eres capaz de hacer el mal? Dios solo es el Diablo cuando quiere demostrar que también puede hacer daño. Lo que yo no sabía era que solo era Dios de un pequeño pozo, gris, oscuro, que apestaba a pescado y a mentiras. Yo no sabía que las puertas del Mundo no querían abrirse, y aún me encontraba aporreándolas, pidiendo que me dejasen entrar para demostrar que yo también. Yo también. Pero nunca yo. Nunca.

En la búsqueda de aquella voz, en la búsqueda de mi alma, me topé con una puerta inmensa. Hierro negro, altísima y coronada con pinchos tan afilados como la lengua humana, la puerta estaba decorada con mil ojos. Y esos mil ojos observaban mis pasos, mientras me acercaba a ella. Palpé la superficie con cuidado, y noté las vibraciones. Al apoyar el oído sobre la puerta, me sorprendió escuchar el alboroto, las risas, la gente cantando. Felicidad vivía tras aquel colosal muro de ojos. Ni aporreando la puerta durante noches y días se movió lo más mínimo. Con las manos ensangrentadas y la mente cansada, no encontré más formas de abrirla. Tras un tiempo, comprobé la aparición de una pequeña puerta, una trampilla para perros, a la altura de mis pies, con una sonrisa burlona y desagradable dibujada sobre el hierro. "¿Esa es la única entrada", me pregunté. "Entra", se burló la voz. La voz que me acompañaba desde el inicio de la Senda. La voz que no podía encontrar por ninguna parte.

Furioso y lleno de odio, me olvidé de aquella puerta y marché allí donde el hombre nunca había pisado la tierra. Me dirigí a aquellos páramos grises donde los ríos apestan al alcohol. Donde los árboles dejan caer cuerdas cuando un hombre pasa bajo ellos, allá donde la luna escupe desde lo alto y la hierba mullida se afila y se vuelve rígida a medida que tienes sueño. No volví a ver el Sol. Caminé. No encontré otras puertas. No encontré a nadie. No encontré voces, risas, no encontré luz. No encontré la voz. Escuché las risas y los cantos a lo lejos, viendo las luces que coronaban el cielo allí donde había dejado la puerta de hierro.
. Pero volví la vista y seguí caminando.

Aquellos fueron días tristes y solitarios. En aquellas praderas de ceniza y vodka no encontré consuelo en los brazos de los árboles que me acariciaban con las cuerdas del ahorcado. Bebí de los ríos, y mastiqué las raíces para no desnutrirme durante mi viaje, pero el sentimiento de vacío no desapareció. Hice el amor en cada madriguera que encontré por el camino, descendiendo por cada agujero hasta el centro de la Tierra. Pero allí tampoco encontré paz. Solo frío, cuando caía la noche y la hierba volvía a afilarse.

Para cuando terminé conociendo como la palma de mi mano aquellos páramos, ya no era un Viajero, y lejos quedaba el triste Príncipe que había partido en busca de la Voz. Ermitaño, pordiosero, mendigo, vagabundo, era aquello en lo que me habían convertido aquellos lugares. Con los ropajes sucios y la barba ensangrentada, con los ojos vacíos y las manos llenas de polvo, con la espalda flagelada y la mochila vacía, regresé junto a la puerta. Y me arrastré como un gusano, por la trampilla, para alcanzar el otro lado. Pero ya no había nada.

Nadie cantaba, nadie reía, nadie festejaba, nadie disfrutaba. La gente al otro lado de la puerta estaban lejos los unos de los otros, observándose y cuchicheando entre ellos. Todo había sido una mentira. La búsqueda era falsa, ¿quién sabía siquiera si había voz? Aquellos cantos y aquellas risas, aquella gran fiesta. Todo aquello en lo que creía se iba desmoronando. Si había de ser así, así sería. Derribé a cabezazos la puerta de hierro. Entre el odio, los gritos y la sangre, brotó una flor de loto en la herida de mi frente. Ante tal suceso, la arranqué con todas mis fuerzas y la pisoteé contra el suelo. El suelo e convirtió en ceniza, el cielo se tornó rojo y por siempre cayó una lluvia negra y espesa que cubrió los campos. El gran portón de hierro lloró con todos sus ojos, y se desplomó sobre la ladera, abriendo una grandísima grieta sobre el suelo, partiendo el valle en dos.

El Vagabundo se convirtió en Monstruo, y desde entonces se ocultó en esa grieta. Durmió y se ocultó de la vista de todos. Aquellos que vivían antaño tras la colosal puerta de hierro decidieron darle caza, y día tras noche bajaban a la grieta armados a darle muerte. Con placer, destrozó a mordiscos a todos y cada uno de los candidatos que bajaron a la grieta armados y furiosos. Ante la falta de alimento, masticó su carne. Ante la falta de agua, bebió de su sangre. La humanidad la dejó junto a los restos de la puerta, negando toda oportunidad de existencia.

¿Pero por qué seguía escuchando esa voz? ¿Por qué seguía sintiendo esos ojos? ¿Por qué si escribo del Monstruo temo hacerlo en primera persona, por si acaso las letras trepan del teclado a mis dedos y vuelvo a convertirme en la bestia que empaña mis cristales? ¿De qué puedo tener miedo si no es de mi mismo?

El miedo, el odio, la tristeza, la ira. Todo creció en mi interior. El Monstruo se hizo grande como la noche. Inmenso. La armadura se convirtió en una fortaleza colosal armada con pinchos, engranajes, óxido y desesperación. La locura se grabó a fuego en las paredes de la caverna y me encadenó a ellas con fuerza. Las noches pasaron. Las semanas. Los años. Los siglos pasaron, y cada momento de odio hizo crecer la armadura más y más. Y el Monstruo fue otro que no era yo.



Cierto día dejó de bajar gente armada. Ya ni siquiera pudo alimentarse de su carne y de su sangre. Abandonó toda esperanza de alimento y cerró los ojos, durmiendo en vida. Una niña bajó a contemplarlo, y huyó rápidamente. Al siguiente día, volvió a bajar y se quedó más tiempo. Tímida, al cabo de unos días trajo un cuaderno y se dedicó a estudiar a la Bestia. Con curiosidad y no miedo, escribió en aquellas páginas durante horas, frente a una gigantesca sombra de pinchos y sangre. Pero él no abrió los ojos. Supo que estaba ahí, pudo olerla. Desistió de cualquier contacto. La carne llama a la carne.

 Lo observó durante noches, anotando en su cuaderno. Cada día se acercaba un poco más. Traía comida. No carne ni sangre, sino fruta, agua, una sonrisa y un pedazo de nube. El Monstruo se dio cuenta de que la niña crecía. "Pero no puede estar pasando tanto tiempo", se dijo. ¿O quizá sí? La niña crecía cada día. Cada vez que aparecía por la grieta, parecía haber pasado un año. La niña se convirtió en una chica, la chica se convirtió en una mujer. Cuando el Monstruo quiso darse cuenta, aquella que cada noche traía alimento a la sucia y oscura caverna era toda una guerrera que lo contemplaba con piedad y ojos llenos de vida. Entonces comprendió, a la altura de su mirada, que no solo la chica había crecido: a medida que ella crecía, el disminuía. La fortaleza desaparecía, el armazón se reblandecía. Comenzaba a caminar a dos patas. Su humanidad regresaba despacio.


Cuando ella consiguió acercarse lo suficiente, me trajo la flor de loto pisoteada que había brotado de mi frente, la que había arrojado frente a la puerta de hierro. Y al comer la flor de loto, comprendí. Los cien, mil, millones de caminos. Los cientos y cientos de miles de millones de caminos posibles que podría haber tomado. Las posibilidades, los cambios, las variables, las constantes. Los finales, los principios, las partidas guardadas, los trucos, los secretos, las fases ocultas, los créditos. Las películas, las secuelas, los huevos de pascua. Las verdades, las mentiras, las portadas y contraportadas, las sinopsis, los actores de aquella gran farsa. Los pergaminos, la realidad, el conocimiento. La vida. La muerte. La posibilidad de vivir como algo que no sea una bestia. Comprendí la naturaleza del tiempo y sus posibilidades. La niña crecía, yo disminuía. Yo disminuía, la mujer crecia. La mujer vivía, el monstruo moría. El hombre regresaba, la vida seguía. Comprendí que todo está en nuestra mano. En la mano del hombre, y en la mano del monstruo.

Nunca supe si la Bestia dejó de serlo del todo. Sé que aprendió a escribir con la vida, no con la mano. Sé que supo abrazar para dar calor y no para sentirlo. Que aprendió a besar para aprender a hacerlo, no para comprobar el sabor de la otra persona. Que desde entonces la sangre solo brama, y no alimenta. En esa grieta, su voz aún retumba en las paredes de la caverna, repitiendo: "O Ren. O Ren. O Ren. O Ren.". Solo así recordó su nombre durante tantos años.

Sé que salió de la grieta y se acercó a la hierba del suelo, esa que se afila cuando quieres dormir, Cogió una brizna de hierba del suelo, y se pinchó en un dedo. Con la sangre que brotó de la herida, dibujó un lazo que para siempre unió su dedo meñique con el de la humana que bajó a la grieta desarmada y vestida con palabras. Y con los restos de dicha sangre, juntos escribieron en el suelo, donde yacían los restos de aquella puerta colosal de hierro y miles de ojos. Allí, cuando los viajeros se pierden en busca de una voz que nunca encuentran, se puede leer:


 En la vida hay que saber caminar hacia adelante. Es muy importante caminar, y es importante correr. Avanzar, seguir el sendero, o desviarte del sendero, correr campo a través. Da exactamente igual como lo hagas o donde, lo importante es seguir hacia adelante y no hacia atrás. Hay gente que vive con la mirada siempre por encima del hombro, clavada al pasado, al horizonte que dejas detrás, al punto de partida. Eso no te ayuda a avanzar. Eso solo te hace tropezar con las piedras 
que hay en tu camino, una y otra vez.

Porque mirar hacia detrás solo sirve para saber cuánto has avanzado.



martes, 7 de julio de 2015

Crónica y despedida.

Ya he asesinado antes.
Tengo demasiados cadáveres al pie del camino,
amontonados y podridos,
inundando de peste los páramos en los que me escondo.

Ya me han asesinado antes.
Tengo demasiadas heridas abiertas en el cuerpo,
que por las mañanas sangran y por las noches susurran,
llenando de miedo los huecos vacíos.

No estoy dispuesto a esperar la caída del hacha esta vez.
No voy a esperar mi muerte de nuevo.

Nací en un lugar en el que los gatos tienen la mandíbula rota
de pelear por comida que no quieren.
Yo fui un perro callejero, sucio y maloliente,
que mordía y golpeaba todo a su alrededor,
evitando la lluvia de uñas afiladas y maullidos constantes.
Abandoné las calles,
me di al monte,
me di al agua y al aire,
al verde,
a la nada.
El lobo nació en mis tripas y salió aullando,
llorándole a la luna.
El hielo cubrió los órganos,
el vacío se hizo inmenso.
El Never me encontró y vagué voluntariamente por sus senderos,
una y otra vez.
La rabia se hizo real,
se acumuló en mi espalda y me obligó a cargar con su peso.
La ira, el rencor, la sangre y el miedo comenzaron a llorar de mis ojos.
El mono hizo explotar mi corazón al nacer,
y desparramó la poca humanidad que me quedaba
por el suelo del bosque.
Allí donde cayeron mi sangre y mis entrañas,
dicen que no ha vuelto a crecer hierba.

Pero qué te voy a contar.
Tú eso ya lo sabes.

No es la primera batalla que pierdo,
no importa su duración.
No es mi primer adiós,
no es mi primera herida.
No voy a esperar pacientemente, de nuevo, a que mi destino sea decidido.

La noche me abraza y no alberga horrores.
No quedará rastro de mi.
Yo decido mi muerte.

sábado, 20 de junio de 2015

Confesión

Persigo una muerte que no encuentra mi estilo.

Vivo a golpes,
trago sangre a cada paso
y contengo el aliento al borde de cada precipicio que he comprado.

Entro en las habitaciones sin llamar,
tiro las puertas abajo a cabezazos,
estupidez en mano,
afilada como una espada de plata,
buscando una dama que salvar
y una recompensa que rechazar.

Grito allí donde nadie ha pisado jamás,
nado en las aguas en las que nadie se ha ahogado,
corro por las fronteras que jamás ha traspasado nadie.
Aventurero de lo inexplorado,
soy el único hombre que ha bajado a este infierno y ha vuelto
para contarlo.
Pero todo esto sigue sin tener propósito o sentido.
Todo esto sigue vacío.

Sé de las más oscuras artes que crecieron bajo el suelo.
Conozco cada fórmula de odio y mentira,
produzco venenos que duran días,
años, siglos,
vidas.
Construyo fortalezas que resisten el paso del tiempo,
el paso de los sentimientos
y mi paso.
Fabrico armas capaces de perforar el corazón más resistente,
capaces de destruir mundos hasta los cimientos.
Fabrico armas capaces de dejarme aún más solo que como empecé.

Pero por mucho que lo intente,
no puedo parecer ser mejor de lo que soy.
Nunca disfracé mi cuerpo,
nunca disfracé mi rostro o mis intenciones.
Nací bestia,
persigo una muerte que no encuentra mis formas,
una muerte que grabe mis palabras al otro lado del muro
para que todos puedan leerlas y comprender
el significado de absolutamente nada.

Puedes considerarme un fracaso,
por haberme desnudado desde el primer día
y dejar que en tu sádica satisfacción
me golpeases una y otra vez,
contemplando como se desgastaba el hierro,
como se oxidaba mi carne,
como se retorcía mi mente.

Te felicito,
conseguiste lo que ningún otro héroe consiguió jamás:
que me fuese.

jueves, 11 de junio de 2015

La Senda

Si quieres llegar rápido, camina solo.

En los Días de la Sombra, me deshice de todo cuanto tenía. Vacíe mis bolsillos al filo del abismo. Vi caer mis monedas al fondo de las tinieblas. Mi trabajo, el de toda una vida, voló como un pájaro suicida hacia el final. Cayeron los recuerdos, las caricias, las palabras, el poder, la esperanza, la consciencia. Me deshice de todas mis armas, me deshice de todo el hierro y el cuero, la madera y el alma. Me desnudé, y vestido con un abrigo de cadáveres susurrantes, comencé a correr.

A huir de ti.
De mi.
De ellos.
De aquellos.
De los Otros.
De todo lo que estuviese fabricado con dolor, para impedirme causarlo.
Causármelo.

Tras los Días de la Sombra, me vi solo y perdido en un desierto de arena empapada de sangre. Bajé las escaleras del abismo en el que me deshice de mi. Busqué las miradas allí donde el mundo termina. Llevé el Odio de la mano toda mi vida, como un niño enfermo que parasita tu sangre y tus horas. Busqué los recuerdos, las caricias, las palabras, el poder, la esperanza, la consciencia, pero ya no se encontraban al fondo del abismo. Alguien las había recogido, había juntado los pedazos y los había revestido de hierro y cuero, madera y alma. Me vestí con aquel armazón de vida y me abrigué en el invierno.

Si quieres llegar lejos, camina acompañado.



martes, 9 de junio de 2015

Oración del Monstruo

"Bajando del caballo en el viento de otoño, pregunté por el nombre del río". 
Masaoka Shiki


Druida, no dejes de observar el viento.
No gires la cabeza nunca,
nunca mires lo que hay detrás.
Solo queda ceniza de sabor amargo.
Dulces podridos,
gusanos que perforan los recuerdos
y los llenan de mentiras
y sal.

Camina con la frente bien alta,
tú dejaste atrás todos los fardos.
Cruzaste el río sin equipaje,
listo para el invierno,
con una mancha de sangre en la mano izquierda
y una antorcha en la derecha,
para no perderte en la noche.
Para calentarte en el infierno.

Allá donde moran las bestias
encontraste asentamiento.
Estudiaste los momentos,
la oportunidad,
la paciencia.
Druida, no dejes de observar el viento.
Tu ejemplo y tus enseñanzas
son aquellas que guían estos versos.

Ardua tarea alimentar a los monstruos
que caminan en los límites entre
lo que fue, lo que es y lo que pudo haber sido.
Difícil trabajo cuidar de lobos,
mirada hacia otro lado
y mano arrancada en el suelo.
Pero ahí sigues, Druida.
Sigues estudiando las palabras,
sigues guardando los sentimientos,
sigues cuidando todas y cada una de las joyas
que encontraste en el sendero.

Mente despejada y brillante,
llena de la luz que calientan la arena en los páramos.
Druida, ¿por qué te quedaste?
No queda hierba en esta tierra,
no queda vida en este bosque.
Te asentaste en los límites del infierno negro
que cada día trae nuevos cuervos
y nuevos fantasmas
y nuevos monstruos.
Psicopompo de malos recuerdos,
erigiste tu cabaña a las puertas del Never
para aprender de las tierras
a las que huiste, exiliado.
Druida, ¿por qué te quedaste?
No contestes.
Llega la noche.
Y no queda tinta para darte las gracias
y pedir perdón.
Llega la noche.
Y no queda aire para seguir respirando
y poder hablar al mismo tiempo.



Diosa, no dejes de sangrar sobre mis heridas.
No dejes de sonreir nunca,
nunca mires lo que hay detrás.
Solo queda la muerte agridulce del miedo,
la cobardía de un pecho enfermo.
Historias deformes,
que viajan a través del espacio y el tiempo,
arrastrando consigo rencor
y cerrando el portal.

Acuéstate en mi lecho de espadas,
tú decidiste dormir con todos los monstruos.
Cruzaste el bosque desnuda,
lista para el invierno,
con un frasco de lágrimas en la mano izquierda
y un puñal en la mano derecha,
por si el día llegaba demasiado rápido.
Para acabar con tu sufrimiento.

Allá donde el odio es un río,
encontraste mis huellas sobre la tierra.
Aguardaste, erguida,
noches y días,
risas y lamentos.
Estatua dulce de aire y nube,
de nube y fuego,
iluminaste cada rincón en sombras de este lugar.
Diosa, no dejes de sangrar sobre mis heridas.
Que tu vida se filtre entre mi carne
y mis venas se llenen de tu esencia.
Que tu sangre penetre en mi cuerpo
y agujeree cada trozo ennegrecido de mi alma.
Que no queden más noches vacías.
Trae ventisca y hielo a este infierno.

Imposible empresa la de lavar a las bestias.
Limpiar por dentro y por fuera sus fauces,
las del cuerpo y las del alma.
Loca intención de curar cada herida,
de coser cada desgarro,
de abrazar cada vacío,
de llenar cada carencia
y de besar cada frente carcomida
y hueca de odio y sarna.

Diosa, ¿por qué te quedaste?
No hay vida en este cuerpo.
No hay alma al otro lado de esta carne.
No hay corazón dentro de este baúl de huesos,
solo muerte encontrarás en el pantano.
Aguardaste,
guardiana alada de las noches invertebradas,
esas en las que el lamento viaja más rápido
que la luz.
Aguardaste como aguardan los héroes
a que el sol saliese de nuevo.
Diosa, ¿por qué te quedaste?
No contestes,
no quiero saberlo.
Llega el hedor del desconfiado,
llega ese aire rancio de ateísmo
que puebla mis fosas nasales cuando suenan los tambores.
No hay momentos suficientes para dar las gracias
y pedir perdón.
Llega la noche.
Y no queda aire para seguir respirando
y poder hablar al mismo tiempo.

Sea la noche y el fuego.
Sea el amor y el hielo


domingo, 7 de junio de 2015

Carta desde Neverland.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que escribí para alguien que no fuese mi otro yo. El yo que mata lentamente desde dentro y muere en silencio ante un espejo.

Las últimas veces que he decidido venir a dar un paseo por este bosque, han sido veces de duda y rechazo. Me acercaba con ganas, me quedaba en el límite de los árboles. Echaba un vistazo entre los interminables troncos, comprobaba que todo estaba en orden, y me largaba de allí, autojustificándome por no querer entrar en el bosque una vez más, para ver lo que tienen que contarme los espíritus.

Cada cierto tiempo esa necesidad aparece, pero he desarrollado mil y un métodos diferentes para aplacar el fuego del infierno en las noches solitarias. De una forma u otra siempre consigo escapar del Neverland. Pero hay algunas veces en las que el bosque corre más que yo. A veces los árboles son más rápidos que mis piernas. Y es en esos momentos en los que el Neverland me traga, me mastica lentamente. Y el castigo es terrible. Si hubiese entrado cuando la necesidad apremiaba, hubiese contemplado las imágenes que los temibles espíritus de la Sombra tenían que enseñarme. Las enseñanzas, los ritos, las nuevas normas, las piedras grabadas. Pero nadie escapa del Bosque con tanta facilidad, una y otra vez. El castigo establece la sutil diferencia entre visitar el Neverland, y dejar que el Neverland venga a buscarte. Y en el segundo caso, no solo los Ancestros de la Sangre, sino también los del odio, los de la mentira, el olvido, el dolor y la muerte son los que salen a tu encuentro. Y los susurros y las imágenes de estos harían desplomarse al hombre más resistente.

Por supuesto, escribo desde el corazón de esta terrible Tierra de Nadie, Tierra de Nunca. Esto es lo terrorífico de que el Neverland venga a buscarte, querido lector. El hecho de que esto escapa a tu decisión. Si visitas el Bosque siempre quedará en tu mano hasta donde acercarte. Como bien es sabido por las gentes del lugar, el círculo exterior de la arboleda es un muro de árboles retorcidos y muertos, espinados, en un microclima paranormal de fría ventisca, sombra y sequía.. Se trata de la puerta al limbo, el acceso a dicho lugar, en el que moran los Espectros de Agua seca. Deformes y ciegos, los Espectros caminan entre los árboles que se levantan y se abrazan entre sí en el límite del bosque. Vigías, siempre atentos, nunca duermen. Empapan la tierra, cubren sus huellas, no permiten rastreos, no dejan nada a su paso. Nadie entra en el Never, nadie sale.. El segundo anillo del Bosque es, con toda probabilidad y quien diga lo contrario es que no ha tenido la oportunidad de visitar el Neverland en la época adecuada, el más fascinante de los tres. Hace dos inviernos el Never sufrió una inesperada oleada de vitalidad. De los tres círculos de árboles que conforman la arbolada, el anillo interior, el menos frondoso, comenzó a cambiar y a revelar patrones rojos, del color del fuego. Intenso, necesario. El círculo medio del Never se transformó en una perfecta curva de olores dulces, hojas y hierbas verdes, frutos y fauna. Sorprendente pero cierto, esto sucedió de la noche a la mañana. Allí donde antes se alzaba la ventisca y las gotas de agua heladas, se levantan ahora pequeñas cascadas, riachuelos y comunas de animales aquí y allí. Es ahí donde el Mono cabalga a lomos del Lobo, recogiendo frutas, conviviendo en armonía y sin buscar la salida de dicho lugar, conversando con los Ancestros de la Sangre y meditando. Esto, por primera vez en veintidós siglos.

Pero el corazón del bosque es allí donde el alma no quiere entrar. Es allí donde el Hielo se da la mano con la Oscuridad, gobernando las Sombras de Ayer con mano férrea, con la certeza de que todo está muerto. Con la certeza de que nadie escapa. Es allí donde moras una vez Neverland te ha tragado. Y allí seguirás. Porque nadie entra en el corazón del Bosque, y nadie sale. Y es aquí donde me hallo ahora. Dentro de este núcleo de tierra negra y muerta rodeado por zarzales grises cubiertos de ceniza. Aquí es donde cada cierto tiempo, estalla la bola de fuego del Nunca y del Nadie, y vuelve a arrasarlo todo a su paso. Toda esperanza de fertilidad y de color verde, toda vida dentro del círculo vuelve a desaparecer una y otra vez, sin opción alguna. Sin elecciones. Sin decisiones.

No es la primera vez que he despertado en el Corazón del Never. Corro sin descanso, cubriendo mis huellas, a través de los campos y los desiertos huyendo del Bosque. Cabalgo de noche, al amparo de la oscuridad. Cuando llega la mañana, suelto los fardos y cavo un agujero en el suelo. Allí escondo todas mis posesiones, me alejo unos metros y cavo un hoyo más profundo. Para cuando el sol llega al punto más alto, consigo enterrarme en un pequeño hoyo para huir de la luz. Cuando llega la noche, afilo la espada (la de acero) y doy caza a algún que otro bocado para el almuerzo. Repito el proceso durante dos días. Al tercero vuelvo a cubrir mis huellas y sigo avanzando. Es un proceso lento, pero efectivo. El Never solo avanza de día, ya que de noche se dedica a devorar lo que ha capturado. Lentamente va tragando todo a su paso. Solo durante el día puedo esconderme y aguardar su paso: solo avanza en una dirección por vez. Si calculo bien mis pasos, podría caminar en círculos toda la eternidad y que el Never nunca me alcanzase. Es el aprendizaje del moribundo. Un brujo debe esperar la oportunidad.

Las veces que he despertado en el Corazón del Never se deben a que la desesperación y la tristeza me han hecho perder la cuenta de los días, calcular mal mis pasos, no cubrir la distancia necesaria durante la noche, no calcular bien la dirección. Son esas veces en las que he visto la sombra gigantesca de hojas y ramas, los gritos de locura y las carcajadas macabras avanzando a toda velocidad por la colina, buscándome. Y saber que el momento en el que el Never se detiene, tengo la sensación de que millones de ojos, desde el interior de la arboleda que mágicamente corre por la colina, me miran. Me devoran con la mirada desde el interior de la Sombra.

Anoche desperté en el Neverland. Y por una vez no me rompí la voz gritando, intentando liberarme de la tortura. Anoche invoqué el Axii y me bebí la calma. Todo estaba en orden. Los ojos me miraban, las ramas me ataban al centro del círculo, y las risas psicópatas del pasado llenaban el bosque. Cuando creía poder dormir y salvarme de aquello, las Sombras de Ayer salieron a mi encuentro. Los Ancestros de la Sangre penetraron en el círculo, pero las ramas les impidieron el paso. Así es como las Sombras se apoderaron de mi.

Si tenemos en cuenta que tanto las Sombras como los Ancestros son espíritus incorpóreos que toman la forma que el Bosque les otorga, la visión de los Ancestros (que se antoja extraña pero no temible) no es nada en comparación con las Sombras. Sus cuerpos de ramas negras y retorcidas forman una ridícula imitación de un cuerpo humano en el que a veces hay más extremidades de las necesarias: todos tienen una pierna más gruesa entre las dos que corresponden a los humanos. Ninguno de ellos tiene rostro, porque si se viesen entre sí colapsarían para siempre. Su "cara" está cubierta por una máscara de madera de Nunca, coloreada de forma tan sombría que parece que un niño agonizante ha dibujado sus últimas locuras antes de morir entre estertores.

Dolor tiene una expresión terrible. Su boca semiabierta deja pasar un fétido olor a muerte que se clavan en tus fosas nasales. Está cubierto de espinas, y se arrastra lentamente, gritando. Pidiendo auxilio. Sollozando. Todo ello en un extraño idioma antes del Orden, y mucho antes del Caos.

Mentira sonríe. Sonríe con los ojos sumamente abiertos: parece como si realmente hubiese un rostro humano bajo esa máscara. Pero su sonrisa está muerta: la boca abierta de su máscara, a veces, revela miradas que salen del interior de su cavidad oral. Buscando una aprobación. Su cuerpo está mal pintado, como si un bote de pintura hubiese caído sobre sus ramas. Es el único que no tiene una tercera pierna con la que camina, como una bestia infernal de tres extremidades. Camina como los hombres. Pero incluso él sabe que no lo es.

Olvido llora. O algo parecido. Las gotas negras alquitranadas caen lentamente por su desfigurado rostro de madera y a la altura de la barbilla se fosilizan, creando una enmarañada barba de brea que le cubre el pecho entero. Olvido camina encorvado, para pasar desapercibido. Pero es embustero como la vida: Olvida nunca olvida.

Muerte es un monstruo de ramas con dos caras. Una de las máscaras finge una mueca cómica, desdibujada como una sonrisa descosida. La otra máscara es completamente lisa: no tiene rasgos ni ojos ni boca ni nariz ni vida. Su cuerpo tiene multitud de brazos, multitud de piernas. Es la más veloz de las Sombras. Pero no habla. Solo observa.

Odio es el rey del Corazón. Su rostro es un temible gesto de furia descontrolada, ansias de asesinato. La psicopatía reinante en el rostro de Odio es evidente en su tono de voz, como si mil perros gruñesen con sarna al mismo tiempo. Su cuerpo es el más robusto. Sus golpes, los que mejor recuerdo.

Las Sombras de Ayer gobiernan con mano de hielo y miedo el círculo central del Never. Allí dentro, los viejos recuerdos viven sometidos a sus reglas. Pero esa noche, cuando me enfrenté de nuevo a las imágenes por enésima vez, supe que mi deber era liberar los recuerdos.

Vi una ciudad lejana, bañada por el sol, llena de gente sonriente que viajaba de un lado a otro, cargando con libros de recetas.

Vi una noche llena de vasos y botellas al amparo de un puente sombrío, bajo el cual unos jóvenes reían y entonaban cánticos rituales alrededor de una hoguera.

Vi la soledad de una habitación derruida y sucia, el arma, la poción y el humo.

Vi la mano en la oscuridad y la sonrisa generosa. Vi el perfil de su cuerpo y la ayuda. Vi la luz en la Tiniebla.

Vi como la Tiniebla se disipaba, vi bares y calles, y casas, y fiestas, y risas y llantos, carcajadas, anécdotas, vi vida donde antes había muerte, vi calor donde había frío. Vi palabras.

Vi sangre. No la sangre nacida del dolor, vi fuentes de sangre que brotaban con violencia y se calmaban en su curso, que descendían despacio por grietas de piedra, dibujando mil formas, uniéndose en el centro del jeroglífico. Vi la sangre fundiéndose lentamente y convirtiéndose en solo una. Solo una.

Pero entonces sucedió. Las imágenes cambiaron de ángulo, el estridente ruido de una cuerda de violoncello partiéndose y deshilachándose en una nota eterna y deforme que rasgaba el aire como una grotesca imagen en un espejo cóncavo. Y las Sombras gritaron y me levantaron por los aires. Y fue en la inmensidad del cielo nocturno donde, por primera vez, pude ver las imágenes reflejadas en la noche y en las estrellas. Y las Sombras no consiguieron invadirme. Comprendí lo que sucedía.

No había logrado escapar del Neverland todas aquellas veces. Se me permitía correr en círculos, una y otra vez. Se me permitía creer en mi huida. Pero nunca salí del bosque. Desde lo alto, pude ver todos los agujeros en los que me enterré, a escasos metros del corazón. Desde lo alto, pude ver mis propias huellas. Solo se puede escapar del Neverland dejando de decir Nunca. Penetrando en el Bosque.

Aquí me encuentro, en el corazón del Bosque, escribiendo esto antes de despedirme de mis Sombras. Porque he comprendido que este corazón, este círculo de tierra negra, es el paisaje del que más puedo hablar, es el que menos me cuesta entender. Es el que siempre está ahí, es el que me susurra por las noches. Sé que algún día no muy lejano hablaré de mis Ancestros de la Sangre, mis queridos espíritus del bosque. Pero me he visto en la necesidad de hablar de la noche, hoy.

Se acabó el espectáculo, mis Sombras. Lo hemos pasado bien y lo hemos pasado mal. Es hora de decir adiós. Nunca digo "adiós", odio esa palabra más que ninguna otra en el mundo. Pero es la hora del Adiós, es la hora del Nunca más. Algún día entenderéis las palabras que salen de mi boca y no de los árboles del Bosque. Algún día comprenderéis la verdad. Pero ese día será tarde, como todos.

Y a ti, más que a nadie, te digo adiós. Te digo adiós sin pena, y sin alegría. Te digo adiós desde el corazón muerto de un bosque que intentaste comprender innumerables veces, sin éxito. Te digo adiós desde el Never, desde esa parcela de mundo sombrío lleno de magia que una vez intentaste gobernar, mandato del que el Bosque no salió indemne. Mandato que asesinó a los Ancestros tantas veces que no supieron renacer hasta que la Diosa se dignó a entrar en mis parajes. Mandato que me hizo olvidar la salida de este lugar, perdiéndome en la inmensidad de la nada. A ti, más que a nadie, te digo adiós. Siento que te equivocases de lado en el río, siento que despertases y entendieses que tus pasos fueron incorrectos, tu locura innecesaria y tu odio, en vano. Siento que compruebes, tarde, como siempre, que en tu mano estaba la llave para comprender este lugar y hacer de él tu casa y tu retiro, un sitio en el que estudiarte y estudiarme y estudiarnos, en el que estar a salvo y coger lo que necesitases para pasar el invierno. Pero quisiste gobernar, no existir. Te saludo desde el Never, y te digo adiós. Por todo, y por nada.

Solo doy gracias a la Diosa por comprender estos paisajes. Por dar vida al círculo interior, por colorearlo y dar motivos al Lobo y al Mono para ser compañeros de viaje. Doy gracias a la Diosa por acompañarme por este oscuro lugar.

Y doy gracias al Druida por visitar, sin descanso, este bosque para alimentar a los pocos animales que siguen habitando estas tierras. Impertérrito, constante, callado y estoico. Gracias por mantenerte en el lado correcto del Río.

Que los lobos guíen estas palabras fuera del Bosque y que ellas entren en otras tierras. Mi trabajo termina aquí.

Hoy dejo el Neverland, hasta que necesite esconderme de nuevo.

jueves, 29 de enero de 2015

"¿Me echabas de menos?"

- ¿Y no echas de menos aquello?

- ¿Te estás quedando conmigo? ¿Quién cojones echaría de menos aquello? Todo el puto día lloriqueando, todo el puto día quejándose de todo cuanto le rodeaba, no había ni un segundo en el que no tuviera que darle instrucciones sobre qué hacer. No me gusta cargar con nadie.

- Bueno, pero no todo era así. ¿De verdad que no había momentos buenos?

- Desde luego. Estaban esos días en los que todo salía a pedir de boca, supongo. Una putada aquí, otra putada allí, carcajada y golpe seco contra el hormigón, corres y escapas de la policía. Trepas, saltas, luchas. Joder, te sientes vivo haciendo de la sangre un modo de vida. Después te das cuenta de que "tu otra persona", la que te espera cuando llegas a casa, no hace más que sentirse como una mierda y quejarse, moquear y decirte que por qué tienes ser así. Eso sí que no es vida.

- Ya, bueno. No sabía esa parte.

- No, nadie sabe esa parte. ¿Alguna vez has visto una película de tiros?

- ¿Te refieres a una de acción?

- Joder, de acción, de drama, qué mierdas importa. Una de tiros, sangre, vísceras, tripas de hijos de puta volando por todas partes. Esas películas en las que una palabra en falso supone un tiroteo brutal y sanguinario con docenas de muertos. ¿Te has dado cuenta de que esas películas nunca muestran lo más real de un tiroteo?

- ¿Y qué es lo más real de un tiroteo?

- Que alguien tiene que recoger los cadáveres. En las películas de asesinos, el héroe, o el villano, quién cojones sea el que mata a alguien, arrastra el cadáver. Arrastra el cadáver para que nadie lo encuentre. Eso sucede en unas décimas de segundo, no para mostrar realismo, sino simplemente para decirte de una manera subliminal "eh, este tío es un profesional, ámalo". Pero a no ser que sea un puto dramón y el cadáver sea el cadáver de su propio amigo, nunca sale en pantalla nadie cargando con un cuerpo durante más de diez minutos, si prestas atención.

- ¿A dónde quieres llegar con eso?

- A que nadie carga con un cadáver durante más de diez minutos. Se ve patético, no tiene sentido. Cuando cargas con algo muy pesado durante mucho tiempo, tiene que tener cierto valor para ti, me da igual si es el objeto o la tarea. ¿Qué me dices si tuvieses que cargar con el cadáver de alguien que ni siquiera te importa, durante toda tu vida, arrastrándolo aquí y allá?

- ¿Eso era tu última relación? ¿Eso es lo que quieres decir? Es un poco duro, ¿no crees?

- Sí. Esa era mi relación con Jack. Por suerte perdí su cadáver en alguno de esos callejones. Problema solucionado. Te dejo, mis vacaciones han terminado, y hay que ponerse manos a la obra.

Chains terminó la copa de un trago.

Cogió la cazadora y se marchó del bar.

domingo, 25 de enero de 2015

El lobo y el mono.

En algún lugar de su infierno
el lobo y el mono se miraron a los ojos.

El frío y la nieve se deslizaron por las grietas de las puertas.
Cruzaron todos los desvanes, haciendo crujir la vida.
Azularon el tiempo,
congelaron la verdad
y cubrieron el caos con una fina capa de escarcha.
El hielo acarició lentamente las hojas verdes,
y se mantuvieron así por siempre.



El calor y la luz bañaron las paredes de la cueva.
Pintaron las paredes de roca con símbolos de guerra y muerte.
Enrojecieron los recuerdos,
abrasaron cada mentira
y envolvieron las normas en llamas.
El fuego iluminó cada estancia como si el amanecer fuese eterno,
y ya nunca hubo oscuridad.

Cuando el hielo y el fuego terminaron aquella danza,
las memorias escritas en papel se convirtieron en ceniza.
Los motivos quedaron hechos pedazos,
las razones se lanzaron río abajo.
No quedaron reglas ni mandamientos a los que abrazarse.
El mundo era libre



Y así apareció y desapareció el orden.
Y así apareció y desapareció el caos.
Para quedarse allí y no volver jamás.
Para no volver jamás y quedarse para siempre.
Para que la lógica del mundo no existiese nunca más.


Y en aquel caos ordenado,
en aquel orden roto,
el lobo y el mono se miraron a los ojos por primera vez
en toda su existencia.
Habían combatido entre ellos desde el comienzo del mundo.
Habían sangrado, llorado,
gritado, asesinado,
perdido y ganado frente al otro.
Habían derrotado comadrejas.
Ratas.
Arañas.
Sapos.
Víboras.




Uno frente al otro.
Lobo de fauces cerradas,
runas, piedras,
ojos de hielo,
paciencia
y alma de escarcha.
Mono de puños cerrados,
símbolos, pergaminos,
ojos de fuego,
rebeldía
y alma de piedra.





Y sellaron la paz
que tanto había esperado aquel lugar.
La guerra cesó allí dentro.

Y ante la muerte de la lógica,
la desaparición del dolor,
la paz que pintó las paredes de la cueva y selló las puertas,
nada era real.
Nada era tangible.
Todo era la creación de otra creación de otra creación.
Todo estaba unido,
encadenado,
despacio,
a un núcleo que latía con fuerza,
como un inmenso ser vivo.
Cálido,
suave,
vivo.

El lobo y el mono durmieron bajo aquel corazón,
protegiendo las espaldas del otro.
Sus cadenas fueron cadenas compartidas desde aquel instante.
Compañeros en aquella nueva tierra sagrada,
comprendieron que nada era cierto.

Lo único real cuando el alma está en guerra,
es la sangre.
La sangre que brama.

miércoles, 21 de enero de 2015

Suerte.

Aprieta el puño,
no dejes escapar la cuerda.
Si miras abajo, se acabará todo.
Si miras abajo, ya nada podrá salvarte.

Un esfuerzo más.
Ya casi lo tienes.
Estás cada vez más cerca,
y el dolor no habrá sido en vano.
El sudor no habrá sido en vano.

La ira desaparecerá,
la vergüenza,
la culpa,
el miedo.
La sangre en las manos se limpiará al fin
para dar paso al silencio.
Las balas caerán sobre la alfombra,
la tormenta volverá a la botella.
Los aquellos y los estos,
los ningunos,
los nadie, los todos,
los ellos,
los gritos,
los muertos,
los vivos, la vida,
la muerte,
tu suerte,
la mía,
la sangre.

La sangre de las flores.
El adiós eterno.
Llegará el viento,
y con él se llevará este humo.
Se irá el invierno.

Aprieta el puño,
no dejes escapar la cuerda.
Si miras abajo, se acabará todo.
Si miras abajo, ya nada podrá salvarte.

Un esfuerzo más.
Ya casi lo tienes.
Ya casi has llegado


al principio del camino.

Suerte.



martes, 20 de enero de 2015

De verdad que no.

No la culpé.
Comprendí la diferencia entre acantilado y sofá.
El guerrero no es un mueble,
no se puede pedir una vida igual de intensa,
para un soldado que para un mendigo.

No la culpé por destrenzar mis arneses
y observar desde lo alto de la montaña.
Aquí yazco sentado en la ladera,
observando como el cóndor pasa.
Una y otra vez, pasa.

No la culpo.
Solo Dios sabe que no la culpo.

Pero Dios no existe.

Necrolástica.

Desarrollé un macabro pensamiento que me hacía valorarla más que cualquier cosa jamás tenida por tesoro en toda la historia del triste ser humano.

Cuando las voces se elevaban y el hielo desgarraba una grieta entre ambos, quizá por la estupidez que emana esta especie violenta y sin sentido, la imaginaba muerta bajo una nube de humo a la mañana siguiente. Tendida en la cama, fría, un cadáver de marfil cuyos ojos abiertos intentaban perforar el techo de la habitación con dos agujeros imaginarios, con la obstinación apática de un cuerpo inerte.

La imaginaba muerta a la mañana siguiente, y me imaginaba al pie de la cama, contemplando la obra.

Entonces recordaba cuando las voces se elevaban.
Recordaba el hielo.
Recordaba la estupidez.

Y olvidaba.

lunes, 19 de enero de 2015

Oración Cero.



Vengo del incierto camino
en el que hablar con el viento era un terrible delito.

Vengo de aquel mundo que solo existe en la noche,
en la fiebre del alcohólico,
en los rencores de pasamontaña y fuego.

Vengo del último reino en la tierra,
allí donde vuestras mentiras serían colgadas al sol,
como tiras de carne,
secándose con la brisa de la mañana,
como se seca la sangre sobre la piedra de Caín.

Vengo de un lugar que vuestras pesadillas no podrían imaginar.

Y hoy cojo la flor de loto con las manos desnudas,
y os dedico una sonrisa desde lo más profundo de mis tripas.

Ella me espera en el cielo,
el hada de la Luna.

Cumplí mi condena,
mastiqué mi castigo como se me indicó desde el Génesis.
Hoy he pagado por el asesinato del sol.

No dormiré más bajo la montaña,
esperando el látigo de mil lenguas afiladas.
No dormiré más atado a mis propias armas.

No quedan cadáveres que desenterrar.
No viviré más sobre la mano de Buda,
esperando el terrible espasmo
de sus dedos cerrándose sobre mi cuerpo,
crujiendo mis huesos de cristal.

No seguiré en el fondo de este oceáno,
con los pies enterrados en el fango,
observando en silencio la superficie
y las sombras,
las formas,
los colores,
como observan los tiburones a los humanos
las tardes de verano.

Cumplí mi condena,
tragué todos los pedazos de la Gran Cadena.
Hoy he pagado por perder la mano.

Comienza mi viaje al Oeste.
Clavo mi kukri en la puerta de mi casa,
ya habrá tiempo de guerras en ese futuro lejano.

Me marcho al final del camino,
allí donde no alcanza la vista.
Me marcho al final del camino,
para dar media vuelta
y comenzar de cero.



martes, 13 de enero de 2015

El laberinto sin luz.

Y allí me encontré a mi mismo. Yo bajaba las escaleras, a escondidas, para que nadie me viese. Y yo subía las mismas escaleras, a escondidas, para que nadie se diese cuenta. Crucé la mirada conmigo mismo mientras bajaba los peldaños lentamente, congelado por la sorpresa. Mi otro yo me dedicó una mirada de alegría, la que surge del reencuentro feliz. Y se marchó.

Rebusqué entre los papeles. Hojas rotas, diarios quemados, poemas incompletos sobre los que habían escupido. Ahora todo tenía sentido, y me sentía tonto y ridículo por no haberlo visto antes. Tenía las heridas en las palmas de mis propias manos y las buscaba en su espalda. Algún día dejarás de ser patética, flor de loto. Algún día comprenderás el mundo.

El sigilo se perdió al girar las esquinas del laberinto y los manotazos buscaron papeles a los que aferrarse. Cuando encontraron el correcto, mis dedos se relajaron. Pero no me dominó la calma, sino la derrota. Cuando estás a punto de morir, te invade una paz terrible, una paz helada y horrible que sirve como premonición ante la tormenta. Y en ese momento la sentí. La paz de la muerte. Yo mismo había asesinado a la vida, o alguien en mi lugar lo había hecho. No lo recordaba. Pero allí estaba. El papel manchado de sangre y las lágrimas con carmín húmedo. Ahora comprendía los aullidos.

El lobo no comía, no bebía. Solo aullaba y gritaba desde hacía noches. Ahora comprendía los aullidos. Ahora comprendía el dolor del mundo. El camino hacia la derrota se iluminó con grandes faroles de fuego e iluminó la estancia.

No era más que un ser insignificante luchando para no estrangularse a sí mismo, presa de la desesperación al contemplar su propia existencia. Patético. Patético ser inferior. Creías que la gloria de tu propio ego alimentaría el fuego de tu estómago. Pero lo llenó de sangre. Sangre que se ha desbordado y ha empapado las hojas de papel, sus hojas de papel. Y qué iba a hacer yo, si había llegado a dormir en la morada de un Dios. Qué iba a hacer yo, si no sabía en qué gastarme tal enorme tesoro.

Recogí los papeles. Sequé la humedad de las páginas. Recogí mis cosas y subí las escaleras despacio, cargando mis cosas entre los brazos. Alguna se cayó, rebotando con un sonido quebradizo sobre los peldaños. Pero qué importaba. Había quemado mis propias banderas por quedarme dormido con el cigarrillo en la mano. Había arrojado al lago todas mis provisiones sin despertarme en la noche, había roto mis planos y mis mapas, había destrozado mi brújula de una pedrada.

Y ahora estoy en mitad de una selva oscura, sin nada más que una lanza rota para defenderme de mi otro yo, aquel con el que me había cruzado en las escaleras. Porque él estaba allí, merodeando alrededor de mis ruinas. Con esa expresión de alegría fría, como de una estatua que sonríe sin sentirlo. Con esos ojos fríos que se alegran de la derrota, con esa mirada de serpiente. Está ahí fuera, en algún lugar de la noche, observándome y calculando mis movimientos. Calcula los pasos que doy. La comida que como. Las horas que duermo. Los pelos que se me caen y los que me crecen. Calcula las lágrimas que contengo al día. Me observa y yo no puedo verlo. Él está ahí, yo no sé donde me encuentro. Perdido en el laberinto. Con mi lanza rota. Con mi extremo del hilo.

Solo tenía una antorcha para pasar la noche eterna. Y el miedo me hizo ahogarla en el río. Ahora he asesinado el fuego y por mucho que lo intente, no puede encenderse. Ya no ardo.


Ya no ardo.

Ya no sueño.

Ya no sueño.

viernes, 2 de enero de 2015

Paso 3.

Lluvia de fuego.

























































Vivir con las cenizas.