martes, 28 de enero de 2014

Sin nombre.

Raíces negras que se extienden
más allá de lo que comprende el alma.
Bosques, tinieblas,
nieve y hielo del color de la sombra
Sangre.
Esa sangre espesa y helada que cubre las venganzas del invierno.
Espadas quebradas,
escudos agrietados,
valkyrias sangrantes,
heridas,
rotas,
perro sin amo.



Brutalizar los cielos con gritos hacia ninguna parte,

heridas en lo más profundo,
cicatrices en lo más externo.
Llantos.
Perder.
Una y otra vez, perder.




El desconocimiento del Sin Nombre,
que no necesita brújula, ni maestro, ni sendero,
porque no conoce ningún rumbo.
Bestia nocturna que se alimenta,
que sobrevive,
aúlla y llora,
a medio camino entre la penitencia y el masoquismo.

Odio autoinfligido de los ángeles de la muerte.
Colores, miles de colores,
diferentes tonos de negro.
Diferentes vacíos.
Diferentes vida,
diferentes errores.



Una habitación cerrada herméticamente,
iluminada,
periódicamente,
con un destello:
en su interior
se miran,
fijamente,
un niño
y el Diablo.




Eso es todo lo que soy.



Espero que sepas qué hacer con ello.


domingo, 26 de enero de 2014

"Todo empezó con unos ojos abiertos".

Todo lo que mi vista abarcaba era un páramo. Un páramo inmenso que llegaba hasta más allá de donde se acostaban las nubes, exhaustas de observar la vida. Una nada colosal que abrumaba, que se abría ante como vi un folio en blanco. El cielo gris ocultaba todo vestigio de luz, dejando que delgados y raquíticos rayos de sol penetrasen a través de su opaca apariencia y llegasen a tocar el suelo con miedo. Aquel valle de cenizas, aquel gigantesco y desolado yermo, era mi hogar. Mi Tártaro personal, que avanzaba hacia el fin de los tiempos como si las horas hubiesen emigrado, como si todos los segundos, los minutos, las horas, los días y la propia vida no hubiesen encontrado su sitio en aquel limbo. No había sitio para raíces, no había lugar para el verde.

No sé cuanto caminé. Lo cierto es que intento recordarlo todos los días, intento echar la vista atrás y saciar mi curiosidad pensando en cuanto tiempo estuve andando, en cuantas aventuras pasé, en cuantas historias entré y de cuantas salí. Porque aunque vacío, aquel lugar era tan hostil como trepidante. Y bien sabe el hombre que no es hombre sin estar al borde de la muerte, al menos, dos veces en su vida. Intento recordarlo, de verdad que lo intento. Pero mi memoria solo está habitada por esa terrible y tranquilizante imagen: un páramo gris, cubierto de ceniza, con un sendero desdibujado y retorcido que no lleva a ningún lugar. No tardé en comprender que nunca necesitaría montura. No necesitaría ayuda, compañía, amistad o mano alguna. Estaba solo, y no había sitio para la caridad en aquel sitio. Cerrar los ojos me parecía lo más útil en aquel momento. Cerrar los ojos, y no asimilar que no era más que una sombra en un mundo gris. Solo. Y abandonado.

"Antes no era así", me digo a mi mismo. Si me paro a pensarlo, la verdad es que no todos los páramos son un paisaje. Me gustaría poder contar esta historia como si tuviese un principio. Me gustaría empezar con un "Todo empezó con". Pero no es el caso. No hubo un principio, no hubo un final. No hubo nunca un motivo como tampoco una solución. No hay héroes en esta historia, no hay villanos, no hay transformaciones, redenciones, salvaciones o pasiones desatadas. Solo hay terror, muerte y frío. Mucho frío.

No sé cuantas veces he llegado a acurrucarme bajo el árbol más bajo del bosque para dormir tranquilo. Pero sí que recuerdo las veces que he deseado poder hacerlo. Durante mucho tiempo vagué en la oscuridad, donde los depredadores no podían dar conmigo. Tenía miedo incluso cuando no había bestias alrededor, cuando había motivos para tenerlo. Caminé y temblé, eso es más de lo que se puede decir de mi existencia antes del dolor. Aunque si te quedas más tranquilo, te diré que todo empezó porque, como un bebé reconoce a su madre, reconocí la soledad en cuanto me abrazó la primera noche. Lo demás, es historia.

Encontré ciudades, pueblos, aldeas al pie del camino. He encontrado gentes de todo tipo, y puedo asegurar que deseé nunca haberlo hecho. Nunca comprendí esas caras planas con los ojos abiertos, enormes, acusadores. Tenebrosas manos llenas de dedos afilados, como ramas de árbol, que me señalaban al pasar. Gritos de horror y golpes, heridas. Recuerdo los latigazos. Creedme, cadenas. Los recuerdo bien.

Aullé lo alto, al cielo, a Xbalanque, rogando que diese caza a mis pesadillas. Pero nunca hubo respuesta. Recé a cada rincón de la naturaleza para que me salvase de esta condición de bestia, de monstruo sin cadenas, de perro sin bozal y de demonio de la nieve y la noche. No hubo respuesta. Reconocí a la soledad a una edad temprana. Y lo demás fue historia.

Experimenté uno de los peores sentimientos que puede sufrir un ser vivo: el de no querer existir en si mismo. El de observar su reflejo en el agua y dejar que Edipo le arrancase los ojos. El de sentir esa savia negra, espesa y caliente, que da vueltas en tu estómago cuando te das cuenta de que nunca podrás escapar de ti mismo. Esas mil espinas que crecen alrededor de tu corazón cuando comprendes que solo te verás reflejado en los ojos de Damballah. En los ojos de la suerte. De la muerte. Del monstruo de ojos verdes. De nadie.

El Dolor comenzó a extenderse y no hubo piedad para mis piernas. No recuerdo las veces que caí al suelo, pero sí las que deseé poder levantarme. Todo se convirtió en una guerra, una guerra inevitable que se repetía cíclicamente y tortuosamente. Una guerra que nunca pude ganar.  Me lamí las zarpas una y otra vez intentando limpiar mi sangre. Borrar mis huellas. Dejar mi pasado lejos, donde nadie pudiese alcanzarlo. Y los muertos, y el dolor, y los aullidos, y las mentiras, y los errores, y los puñales. Y abrí los ojos.

Hoy, puedo decirte que "Todo empezó con unos ojos abiertos". Supongo que fue eso. Abrir los ojos. Volver a contemplar aquel páramo gris en el que la luz no quería alojarse. Y dar media vuelta.

Allí estabas tú, pisándome los talones.
Y lo demás, es nuestra historia.




domingo, 19 de enero de 2014

Arriba.

El tiempo nunca es escaso.

Siempre sobran minutos para volver a levantarse.

Siempre, y digo siempre, es el momento perfecto para no rendirse.

domingo, 5 de enero de 2014

Despropósito de año nuevo (II)

Lo sé, hacía tiempo que no escribía algo natural, hablando directamente contigo, con quien sea que lea esto. Entre tantos gritos, golpes, heridas, cicatrices, arañazos y lágrimas que han llenado este año, no he tenido mucho tiempo de sentarme a reflexionar y a charlar contigo, con quien sea que lea esto. Y es que es lo gracioso de estos textos, que nunca sé quien los recibe, quien los lee o quien no los lee, quien critica, quien se molesta si quiera en acercarse por aquí. Escribir en un blog es como lanzar una piedra a un pozo y no escuchar ningún ruido, nunca sabes cuán profundo has llegado.

No quería que la primera entrada del año fuese nada triste, ni alegre, ni romántico o poético. No quería arte al empezar el año, quería ser sincero. Así que aquí estoy, sentado en el salón de mi casa a la luz de un árbol de Navidad. Y me da por echar la vista atrás, y adelante, y dentro, y fuera, y en todas direcciones. Supongo que debería hacer esto más a menudo. No quiero decir que no lo haga: solo Freya sabe las noches que he pasado sin dormir, pensando en lo que hice mal o lo que no hice, y solo ella sabe cuanto me he torturado y sigo haciéndolo inconscientemente a veces. Cuando digo "esto" me refiero a dar vueltas a todos los temas que echan raíces en mi mente, y publicar mi parecer al respecto. Creo que el último escrito de ese tipo (dejando de lado arranques de ira tan propios de mi persona, que por suerte o por desgracia siguen plasmados en las páginas de este pequeño rincón que empecé ya en 2009, y aquí siguen debido a mi idea de no borrar ningún escrito que aquí se publique) fue justo cuando este 2013 comenzaba, en diciembre del año anterior. Mis "despropósitos de año nuevo" plasmaron más o menos lo que necesitaba decir en ese momento, de la misma manera que ahora intentaré ser totalmente sincero y conciso en lo que voy a decir. Esta vez toca hacer cuentas de nuevo: decir que el año ha sido perfecto sería mentir, pero decir que el año ha sido nefasto sería mentir de la manera más canalla. Y es que realmente, el año impar de la mala suerte me ha dejado sabores de boca que ni siquiera conocía. 

Es cierto que el año empezó con mal pie. Supongo que comenzar con una pelea debería haber sido una metáfora lo suficientemente exacta como para desvelar el carácter de los meses venideros, pero nunca fui un buen vidente. Se sucedió la mierda, se sucedieron los cambios, las traiciones, las mentiras, los abandonos, las peleas, las torturas y los pensamientos oscuros. Nada nuevo para aquel que haya visitado regularmente este pequeño bosque en el que vivo. "El lobo ahuya, nadie llorará por nosotros", dicen al norte del Muro. Y es que el lobo y yo hemos charlando mucho este año. Quizá demasiado.

Cuando pasas mucho tiempo entre bestias solo el Código te distingue de los animales. No hay héroes entre ladrones, quizá olvidé eso demasiado pronto. Me agarré a la Piedra con fuerza y no me desvié del camino en ningún momento. No importaba cuantos muriesen, cuantos gritasen, cuantos luchasen, cuantos mintiesen, cuantos engañasen. No me desvié del sendero. "Ocurra lo que ocurra, no desenvaines tu arma", me dijeron. Y obedecí ciegamente. Quizá fuese esa frase la que no me permitió escuchar los golpes a la puerta de mi cabaña. Los gritos de socorro. La Diosa pidiendo ayuda. Supongo que no fui consciente del poder que tenía, de la responsabilidad que había contraído con el mundo desde el primer momento en que decidí separarme de la manada. El lobo solitario es triste pero conoce todos los caminos. Así que me paré en seco, y me interné en el bosque. Tardé en encontrarla, desde luego. Pero cuando lo conseguí, ya no la solté más. Y es que aquel que viola el código es escoria, pero aquel que abandona a sus seres queridos es peor que la escoria. No hubo Hagakure alguno, el Bushido fue enterrado. Los martillos marcaron el ritmo de la guerra y las espadas brillaron al anochecer, la batalla había comenzado.

Ellos gritaron, me acusaron, me amenazaron y me repudiaron. Ellos se unieron, ellos me condenaron en silencio. Ellos me expulsaron del universo y con una sonrisa falsearon mi amistad. Yo no entablé combate alguno: cargué a Freya en mi lomo y huí del lugar lo más rápido que pude. No sé cuantas flechas tuve que arrancarme en cada hoguera en la que paré a descansar, no sé cuantos cortes en mis patas, cuantos fantasmas me acechan a veces. Sé que escapé y aquí estoy, escribiendo esto.

Y tras mil desventuras, puedo asegurar que no cambiaría absolutamente nada de todo lo que hice para llegar a estar donde estoy, porque si hubo error en mis pasos, fue con otros, no conmigo. Y si hubo, hubo error, no asesinato. No cambiaría ni uno solo de todos los pasos que dí para estar con ella. Y volvería a repetirlo todo, todos los días, hasta el final de los tiempos, como si no hubiese un mañana nunca jamás. Repetiría cada segundo de dolor contigo por toda la eternidad, porque es contigo.

Y ahora acaba el año y es todo cuanto sé. Todo cuanto anhelo, todo cuanto necesito, todo cuanto quiero, ya lo tengo. Todo cuanto sé es que no hay nada en el universo que podría persuadirme para arrepentirme de mis pasos. Conozco los errores que cometí en el pasado, sé de mis fallos en la lucha, sé de mi mal juicio en muchas ocasiones. Pero todo lo que he hecho, y que Hel me encarcele en las raíces del mundo si no es cierto, siempre ha sido porque lo creía correcto.

Si fallé, si dolí, si destruí, espero que, de existir, los dioses tengan perdón para mi alma. Porque yo nunca lo he tenido, no lo tengo y no sé como obtenerlo. Tan solo vago por este mundo con el peso de mis fallos, ahora acompañado.

He aprendido muchas cosas este año. He aprendido a no confiar en las caras sonrientes y compasivas. He aprendido a respirar. He aprendido a aprender a querer. He aprendido a no fiarme de los reptiles. He aprendido a caminar más lejos de lo que nunca llegué antes. Y respecto a los que leéis estos pequeños pedazos de mi que dejo caer en mi bosque, supongo que estas piedras llegarán a diferentes profundidades y cada uno de los que están leyendo esto tendrán diferentes piedras que lanzarme. Algunas más pesadas, algunas más pequeñas.

A todas aquellas personas que una vez ocuparon un lugar en mi interior y ahora habitan Oblivion, quiero decirles, desde lo más sincero de mi oscuro estómago, que hice lo que pude. Y que si les pareció que no fue así, es que a lo mejor esperaban de mi más de lo que yo podía dar. Asumo todas mis culpas, asumo todos mis errores. Pero sobre todo asumo mis límites.

Intento salvar incluso a quien no puedo. No soporto dejar a nadie atrás, y a veces he intentado salvar a costa de mi propia vida, o peor aún, de mi propia cordura. No sé cuantos cadáveres pueblan mi camino, sé que de una forma u otra sigo encontrándomelos. Y sus cuencas vacías me observan mientras paso por su lado, y sus afilados e invisibles dedos acusan mi espalda cuando los dejo atrás de nuevo. Lo juro: hice cuanto pude. Sigo intentándolo, pero no puedo salvar a todo el mundo. Y que los cuervos me arranquen la piel si alguna vez desisto y me rindo, y abandono a alguien a su suerte. Odiadme, consideradme el peor villano, escupidme, maltratadme. Pero que nunca digáis que os abandoné. Nunca os abandoné.

He luchado en mil guerras. He probado el sabor de mi sangre de mil maneras distintas. He hecho muescas en las paredes de mi interior. Me he maltratado de todas formas, he intentado apartarme del mundo y de todas las manadas en las que he estado. He sido el foco de mil odios, he sido un paria, el saco en el que tantas personas han metido piedras para deshacerse de ellas. Me entrenaron para cargarlas, y para ser mercenario en guerras ajenas. Ya no soy el mismo perro guardián que salivaba y sacaba los dientes por sus amos. Ya no soy el monstruo que fui.

Supongo que ahora soy una sombra que busca huesos con los que construirse un cuerpo. Suerte que tengo cuatro manos, que encuentran más que dos, que me acompañan en el camino. A ella, gracias. Y no necesito dedicarle más palabras en este texto, ya que hay y habrá muchos otros para ella, así como todos los días de mi vida para demostrárselo. Por ella acabaría con mil mundos, y me enfrentaría con las manos desnudas a otros mil. Todo lo demás, no es nada.

Pero al final me he extendido más de la cuenta. Aunque supongo que da igual, ya que quien lee esto lo hace porque camina por el bosque, aburrido, sin saber que hacer. O lo hace para buscar más motivos para odiarme. O lo hace solo para decirme que lo ha leído y sonreírme por la calle. Yo que sé. No tengo mucho que decir, solo soy un pringado de mierda que deja sus ideas en una pantalla. He sido un cazador de sueños y de inocencias rotas, un perro maltratado con correa y sin amo, un guerrero urbano de los de nudillos rotos y ojo morado, abogado de mil diablos, pirata sin barco y pólvora mojada, berserker desnudo, ronin sin katana, luz apagada, sombra sin forma ni materia ni pared en la que ser proyectada. Si queréis crucificarme por no entrar en vuestro juego, hacedlo. Morir con una sonrisa siempre fue mi superpoder secreto.

Feliz navidad, y próspero año nuevo. Espero que para vosotros también.