viernes, 13 de enero de 2023

Zurawie

Rodeado de humo y miseria,

elige la canción que quiere escuchar

cuando muera.


Silenciosas,

como las alas de un ángel en llamas,

gritan del teclado las teclas

al resonar en el vacío.


Y doblan las campanas

como tantas otras veces

en tantos otros lugares

bajo la misma luz azul.


Y flotan los recuerdos

en el aire de la habitación,

cargado de sueño y odio,

de gritos en extraños idiomas

rasgando cielos oscuros

con tambores de guerra.


La música se va,

la vida con ella.

Y todo vuelve a empezar.

jueves, 5 de enero de 2023

Polen

 He pasado la vida durmiendo en catedrales vacías. Vidrieras con historias coloreadas con la opresión de otros, el eco de un Padre que no existe, losas cubriendo cadáveres olvidados, el lamento del agua vibrando en las pilas, un amor necrosado y convertido en reliquia.

Entre estaciones, he visto mi vida pasar a través de los cristales de un autobús aparcado, he escuchado las plegarias de los que no quieren ser olvidados, convertidas en oraciones de furia y silencio, el crujir de los viejos huesos transformados en cenilla de cigarrillo. Luces que no significan nada, canciones que no significan nada, momentos que no significan nada, pero que palpitan, que golpean, que arrastran hacia el centro del lago, que visten de pieles pálidas y manchas de carbón en las mejillas. He visto el fin de todos los mundos en el fondo de un cráneo, y he creído formar parte de todos ellos.


El olor del incienso en los callejones llenando la habitación, los recuerdos clavados en la encimera, los sueños clavados en la garganta, los dedos clavados en la mesa. La taquicardia que bendice el nuevo año, la sangre lenta, el suero que baila en el fondo de la memoria, alimentando memorias de tiempos vacíos. La música que se escapa, las notas que no se tocan, los hilos que no se tocan, pero que bailan cuando nadie los mira.


Cafeína o yo. Es la pregunta que brota en la noche cuando el cielo grita, con la voz muda y las imágenes iluminando la ciudad, como una película de los años sesenta.

Me siento hinchado como un cadáver en la orilla del río, comprimido como un pulpo embotellado, olvidado como el hambre. Tan lleno de vida que duele y blasfema, tan despierto que empuña sus propios huesos. Pero débil, como un niño colocado, como un milagro en el futuro. Que no alcanza, que no llega, a sujetar, sujetar, sujetar y sujetar la triste tira de sueños que revolotean en la noche frente a sus ojos.

Quiero vivir. Soñar el sueño de los insomnes, y volar lejos a donde no haya nadie y no esté solo, a donde los redobles nunca terminen y los platillos sigan vibrando, a donde no sepa si es de día o de noche, a donde la caída de un dios detuvo las constelaciones en plena noche escarlata.


He pasado la vida durmiendo en catedrales vacías. Y ahora, siento una casa. Una habitación. Una cama. 


Que soy, sin ser lo que nadie ha sido.

Que soy.

Que soy contigo.