jueves, 24 de febrero de 2022

"Un Jour Je Serai De Retour Près De Toi"

En el callejón donde el Hades se cerró a sus espaldas,

brilla un poema en llamas escrito sobre la acera.


Las letras se retuercen como lenguas de fuego,

acariciando las paredes mientras esperan, inquietas,

la promesa de lluvia de una primavera suicida.


Allí donde terminan los versos, 

junto a las puertas del infierno,

late un charco de sangre

rodeado por un manto de nieve 

que se deshace al compás del sol.


Y escrito con el dedo de un niño,

al pie de esta despedida de ceniza,

queda un epitafio de dos palabras


que reta a la muerte y al destino,

que da comienzo a la razón,

que pone fin al mito,

que reza:


"Hoy no".

miércoles, 23 de febrero de 2022

Veridis Quo

Corre.

Una hora tras otra,

un tren tras otro,

una voz tras otra,

un beso tras otro,

una duda tras otra.

Corre.


Se hunde en la luz estática 

de un televisor muerto,

y en silencio,

siempre en silencio,

espera un ritmo nuevo.

Lo que dice,

forma una melodía.

Lo que no dice,

no existe.

La realidad es un falso sueño

demasiado cruel para ser cierto.


Puede desvanecerse frente al espejo

si se concentra lo suficiente.

Puede desaparecer entre el humo y el neón,

borrar las huellas sobre la alfombra,

disipar la sombra y el latido

con una luciérnaga de ceniza

que ilumine su oscuro santuario.


Puede morir despacio y vivir deprisa,

tal y como fue diseñado.

Puede sentir que vuela

aún sujeto por frías manos. 

Puede cargar con el peso de la tormenta

y seguir envolviendo veranos borrosos

con papel de regalo.


Puede matarse en silencio,

siempre en silencio,

bajo los focos azules

de su propio escenario.


Se muerde los labios y el alma

decidiendo

si seguir

o vivir.

Si coger esta mano de invierno

que se desliza bajo la ropa,

que acaricia sus huesos,

que despierta sus ojos de nuevo.

Si clavarse a la cruz de fuego

en la que ardieron todos sus sueños.


Puede sentir tantas cosas,

en silencio,

siempre en silencio,

que no recuerda que ya está muerto.


Por eso


corre.

Un paso tras otro,

una cara tras otra,

un instante tras otro,

una colisión tras otra,

un adiós tras otro.

Corre.

martes, 22 de febrero de 2022

Instant Crush

 Sueño

que nos encontramos de nuevo.

Que charlamos

y el tiempo pasa

como solía.

Que nos sentamos en un parque

a medir las horas en cucharillas de café.

Que la vida se convierte en mito.

Que todo es

que nunca ha sido

que nunca ha dejado de serlo.


Sueño

que las manecillas giran 

en dirección prohibida

y la ropa

y la vida

(el mito)

nos quedan grandes.

Que volvemos a ser dos niños

sentados en un banco

bajo un sol de verano sin ojos

y un cielo azul sin sangre.


Sueño

que sonríes

y sueño

que no duele.

Y dos adultos con nuestra cara

nuestras manos

nuestros miedos

nos gritan a lo lejos

y agitan sus cuerpos.

Tristes y cansados.

Rotos de frío.

Muertos.


Sueño

que te aparto el pelo de la cara

y que me veo en tus ojos

durante un segundo.

Que quiero ser lo prohibido,

dibujar en el suelo 

el instante

en el que tu sonrisa florece despacio

para estudiar su geometría,

para encontrar sentido al enigma

que provoca

que mi mente

aprenda a volar

cuando me miras.


El sol se marcha,

la marea sube.

En la noche, muere un faro.

Y nuestros adultos gritan,

desesperados,

pero no escuchamos.

Solo somos dos críos

existiendo entre una sonrisa

y la siguiente.

Y no sabemos de caos,

no sabemos de grises.

no sabemos de muerte.


Me despierto

estrellándome contra el espejo.

Y me asomo a todas mis ventanas

a gritar que no me importa

nada de esto.

Que no hay infierno que me tenga preso.

Que estoy loco.

Pero sueño.


El niño se sienta en el banco del parque

con una bolsa de canicas rojas.

Yo me siento en el suelo

con los trozos de mi espejo.


Sueño

que quiero

soñar

este sueño

de nuevo.

domingo, 20 de febrero de 2022

The Joker and The Queen

 Una mañana que no es una mañana

cubre esta ciudad que nunca fue mi ciudad.

El tiempo es una melodía de piano

escrita por un loco;

el espacio, una voz rota

que hace eco en la soledad;

la vida, una obra de teatro sin guión.

El bufón y la reina,

un cuento de Navidad sin luces,

una muerte entre las flores,

una calavera desenterrada,

un poema para Ofelia.


Morí

y seguí mandando cartas a casa

hasta quedarme sin manos 

con las que ganar la partida.

Ya no tengo nada que apostar,

y no puedo levantarme de esta mesa

en la que siguen lloviendo piedras.

Y no puedo deshacerme de estas páginas en blanco,

en las que no sé qué decir.

Estoy encerrado entre dos palabras,

y no encuentro la salida

ni la entrada.


Intento coser mis heridas con el hilo del laberinto,

avanzar sin luz por estos pasillos,

y termino caminando en círculos

alrededor del espejo.

Ya no sé si soy el Minotauro o su reflejo,

el trauma de una pesadilla azul

derramada sobre la alfombra,

una noche sin estrellas

proyectada en la pared,

una vida inacabada,

una bolsa de plástico

en la tormenta.


Suena el disparo

que da comienzo a la carrera,

encajo la bala en la espalda,

y corro con los ojos cerrados.


Pero siempre he sido Orfeo,

sin entender las reglas de este juego

al que nunca quise jugar,

sin más música que este latido

que me hace compañía

en la oscuridad.

No sé volver a la torre

de la que bajé para ofrecer refugio.

No sé volver al camino

que nunca he querido andar.


Solo existe una línea de salida,

dos líneas de llegada,

ningún horizonte a la vista,

un cielo demasiado grande

para volar sin alas.

Y cada noche me paro en seco 

en esta carretera abandonada.

no me importa la carrera.

Doy media vuelta y me siento en el suelo,

como tantas otras veces,

en silencio y sin decir nada,

contemplando una espalda

que se aleja del mar.


Y ahora tengo una balada clavada en el pecho

que florece cuando cierro los ojos,

que trepa hasta mi garganta

si me quedo dormido durante mi guardia.

Me arrastra de vuelta al agujero

en el que busco mis pedazos en silencio,

en el que mueren los sueños,

solos,

de hambre y de miedo.


Toda historia tiene un final,

pero este cuaderno está lleno.

No quedan páginas que escribir.


Es el final de todas las cosas,

y yo sigo aquí.

sábado, 19 de febrero de 2022

Born To Run

 Ya no recordaba

el fuego en el pecho

la risa en la ventana

las botas en la carretera

el beso en la oscuridad

la vida

que abrasa.


Existir en el silencio

entre un rasgueo y el siguiente

entre las ondas que distorsionan

los días del fin.


Solo necesito un agujero en el cielo

para dormir

una señal en el cielo

para encontrar un mundo nuevo

una voz

que me abrace al final de la noche.


Toda una vida siendo inmortal

y solo necesitaba morir

para volver a correr.


Volver 

a empezar.

viernes, 18 de febrero de 2022

Pálida

cuento los días

en pastillas

y manos vacías.



vivo

(muero)

en el asiento de un coche,

de camino a la cruz.



abro los ojos

cada mañana,

 sigue siendo de noche.




Pálida,


echo de menos

la luz 

que desprende
tu cuerpo.

jueves, 17 de febrero de 2022

I

cerrar los ojos


cruzar el oceáno

en silencio


morir

entre las flores que se abren


dormir

(soñar)



no quiero

de ti



quiero

contigo.

miércoles, 16 de febrero de 2022

Niño de Ryukyu

duermo en un lecho de juncos
en la ribera del río

no necesito mucho para vivir

tengo un puñado de raíces y recuerdos
para llenar el estómago

echo mis sueños al fuego
para calentarme por las noches

tiro piedras al agua
para romper mi reflejo

escribo versos en pétalos
los suelto al viento

cierro los dedos en la oscuridad


nada.




creo que he perdido mi sombra
en algún rincón de estas islas


.

lunes, 14 de febrero de 2022

La canción que encontré en el fin del mundo

Cuando era niño, descubrí que mi brújula no marcaba el Norte.

El Norte lo tengo grabado en los huesos: está en el aire frío que se cuela entre mis costillas después de cada batalla, en la nieve que va entrando en mi cabeza para apagar el fuego y las historias, en las marcas funerarias de mi espalda. 

Cuando era niño, entre cristales rotos, casas vacías y campos quemados, descubrí que mi brújula marcaba el fin del mundo.

Así aprendí a correr. Huyendo en la dirección contraria.

· · ·

Al otro lado del mar, duermo sobre la carne de un corazón muerto. 

Finjo que sueño, y escucho cómo el vacío llena la habitación poco a poco. Le oigo entrar por los agujeros del papel, deslizarse por la rendija de la puerta, filtrarse a través de la luz azul de esta mañana sin fin. Como la niebla estancada de enero, cubre mis sábanas y mi piel, empapa hasta los huesos, trae el invierno a bailar sobre mi cuerpo, a pisotearme en silencio, a hundirme sobre la nieve de mi cama. Enterrado en esta soledad, grito sin voz en la garganta.

Asustado, me levanto de este lecho y comienzo a caminar, con la brújula entre las manos. Creo que conozco el sendero.

En el fin del mundo, se alza una montaña. 

En la montaña, un bosque. 

En el bosque, 

entre la vieja raíz y la fría roca, 

el Dios Ahorcado. 

Herrero de Guerreros. Pastor de Lobos. Duerme bajo un lecho de hojas muertas, con su ojo siempre abierto, su boca siempre cerrada. Vigila el cielo de los que se han perdido y planta estrellas que florecen cuando cae la noche, para marcar su camino. Guarda silencio ante la duda y el tiempo, porque conoce todos los secretos y ninguno de ellos puede resolver el misterio. Su ojo llora por aquellos que lo visitan, pues conocen los secretos y ninguno de ellos ha podido resolver el misterio. De sus lágrimas brota una cascada, y en el fondo del estanque, donde duermen las piedras y los muertos, se escucha el rumor de una canción.

La vida termina allí, en el lugar en el que muere la melodía y empieza el silencio. 

El fin del mundo está en el espacio que ocupa un corazón que no late.

En la ribera del río, lavo mi cuerpo y limpio el barro, y la sangre de mil batallas. Mi piel queda pálida y desnuda al pie de las montañas, sin pinturas de guerra, sin canciones, sin palabras. Y como el sol de la mañana, la luz de mis heridas se derrama. Y mis cicatrices brillan en lo más profundo de este bosque, como las estrellas que florecen en el cielo para aquellos que se han perdido, como pequeñas hogueras en la noche, como viejas almenaras.

En la superficie del agua, esa luz devuelve mi reflejo. Y en los huecos que dejaron otras manos, ahora veo los golpes azulados en mi cuerpo, la carne anudada en las huellas de otras guerras, el paso del tiempo y las marcas de los colmillos. Miro mi reflejo desnudo y carente de sentido.

Todo esto soy. Y bajo este sol de hueso que ilumina el invierno en la montaña, me entiendo.

Hago un barco de papel con mis miedos, para que viajen río abajo. Navegan entre las piedras verdes, siguiendo la ribera hasta el océano. Y allí dormirán para siempre en las profundidades, junto a los huesos de mil historias. Allá donde voy, no los necesito.

Porque mi camino está río arriba, contra las leyes de esta tierra, contra cualquier rumbo o destino, como siempre ha sido. El Herrero lo sabe. Me forjó para luchar contra corriente, para trepar cualquier montaña. Y despacio, sin palabras, sin camino, sin ropa y sin abrazo, subo el risco hasta la cascada. Me siento entre las rocas. Respiro.

Entre las raíces de la ladera, las piedras afiladas y el nacimiento del río, en pleno ascenso, me comprendo. 

Que lo que siento, no entiende de estaciones. No sabe de inviernos ni primaveras. No necesito tocar, no necesito ver. En las profundidades de la tierra, en la cumbre de cualquier montaña, en el fondo del océano, en el vibrar del viento, en el trueno, en las entrañas del volcán, en la ceniza del yermo. No necesito ver, no necesito tocar. No llevo nada conmigo, nada tengo, nada ofrezco. Solo siento. Escalo la montaña hasta lo más alto, en busca del destino de esta brújula, despojado de techos, de lechos y de cuentos, busco una muerte de luz que me consuma, que me haga entender este camino. ¿Cuál es mi propósito? ¿Para qué he muerto? ¿Para qué he nacido?

Más allá del fin del mundo, en lo más alto de la montaña, tras la tumba del Dios Ahorcado, donde mueren los dioses, he dormido. Y allí no hay pesadillas, sombras, escarcha, niebla, soledad, ruido. 

Hay una canción suspendida en el vacío,

compuesta por dos sonidos.

Su voz.

Mi latido.



No era el fin del mundo,

sino el principio.


Dejo la brújula

en el fondo del estanque,

y me acuesto entre los muertos.


Duermo entre las hojas,

sobre el ojo cerrado de Grimnir,

soñando con campos de batalla,

bosques de lobos,

lechos y ríos.


Y en este corazón muerto

sobre el que duermo,

he encontrado todo

lo que había perdido.


No era el final,

sino el principio.


Porque soy el que soy.

En el agua, en la tierra,

en el aire, en el frío.

Soy el que soy.


El que siempre he sido.

sábado, 12 de febrero de 2022

Lo que no puede expresarse

He reescrito estas líneas
tantas veces
que he roto el papel.

Estoy sentado junto a los agujeros,
reuniendo el poco valor que me queda
para hablar 
a través de ellos.
Y no sé qué decir.

No había espacio para mis palabras
y tus recuerdos
en estas maletas.
He tenido que elegir,

y ahora,
como la luz de invierno
sobre las olas,
muero

al caer la tarde.

Sin más latidos
que estas teclas,
sin más abrazo
que este aire frío
que llena la habitación,
muero

al pensarte.


No puedo decirte
lo que no puede expresarse.


Si pudiese,

te diría
que perder el miedo
fue mi primer deseo

que me vieras,
fue el segundo.

que al tocar tus manos
me siento
como el viaje que se acaba,
como si
por fin
llegase a casa.

que cuando sonríes,
hasta la sombra más oscura,
pasa.

que cuando me miras
me siento
como debe sentirse el cielo
cuando lo contempla Dios,
yo
que nunca he tenido nada
salvo mi voz
y los trozos
de una estúpida espada.

Pero al final,
todo es pasajero.
Ya solo me queda un sueño
para pasar la noche,
el fantasma de un beso en el cuello,
un aleluya frío y roto
temblando en la oscuridad.

Ya solo quedan unas horas
para que se acabe el día,

qué importa ya.


Es
por tu risa
por tus truenos
por tus ojos
por tus alas extendidas

por esta canción

por este desván
en el que han pasado los años
como si fuesen días,



te amo

en esta
y en todas
las demás
vidas.


Y mañana
solo quedaremos
yo
y esta promesa:



voy a correr
hasta prenderme fuego

y a dejar que la ceniza
sea mi despedida.

viernes, 11 de febrero de 2022

Misa de Atardecer

Llega la hora del Lobo, y huyo hacia el acantilado.

Subo el gris hasta llegar al verde. Acaricio espinas, beso ortigas, limpio el carbón de mis costillas a cada paso. La tregua de Sísifo: ascender por la misma cuesta de siempre, dejar la roca al pie de la colina, cargar con el peso del mundo a cambio.

Recorro la carretera hasta donde mueren las piedras, al lugar donde la hiedra asfixia la ruina. Si cierro los ojos, al otro lado de la valla todavía escucho el silbido de las cariocas girando en el tiempo, el sabor de los besos tempranos, el olor del pan recién robado. Y en la balconada, allí donde termina el mundo, hay un gato. 

Dormido, se estira bajo pinceladas de sol. Cuerpo de nata y chocolate, untado sobre piedra templada, chasquea el hocico en sueños con ratones invisibles que perturban su sueño. Los bigotes largos, la sonrisa despeinada, las pequeñas zarpas se abren y se cierran al ritmo del latido, despacio, amasando el aire caliente que llega desde el otro lado del bosque.

Mi cuerpo se deja caer junto al suyo, al filo de la caída. Siento la atracción del abismo al otro lado de la pizarra, la negantropía de mis huesos y el suelo, el vértigo ausente que se convierte en deseo de vuelo. Siento en las sienes la vibración de las olas, cómo se estrellan al pie del barranco, metros y metros abajo, en monótona sinfonía. Nacen, se estrellan, braman al convertirse en espuma, mueren y vuelven a empezar. La colisión como forma de vida. Los versos de Clyro. Los ojos de Gilligan.

El gato duerme, y las olas se estrellan una y otra vez contra la montaña, buscando un resultado distinto. Estallan en miles de gotas, rezan para volver a cobrar forma, pero el juego está amañado. Las mismas rocas, las mismas mareas, las mismas olas. Matamos la llama hace tiempo. Dios lo sabe. Y el gato duerme.

Tumbado junto a la bola de pelo, reviso mi equipaje. Llevo cadenas que me atan al hielo, para no permitirme soñar. Tengo un lecho de ceniza en el pecho, sobre el que palpita un corazón herido. Viajo ligero, porque lo que siento ya no entra en ninguna maleta. Guardo versos y cartas en la cartera, por si las balas me alcanzan en plena calle. Paso los dedos entre mis costillas, y toco mis cicatrices. A veces pienso que me sacaron el aire cuando era niño, para evitar que volase.

Y el gato duerme, pero yo no lo consigo. Tendido al sol, desnudo y sincero, no duermo. Ya no sueño. No dejo este cuerpo atrás. No encuentro mi sombra. Pero sigo. ¿Por qué sigo?

Vuelvo al camino con melodías de fuego en los oídos, ahogando el ruido de mis botas pisando sobre mis propias huellas. 




Más allá del valle, tras la nube y el colmillo, la luz sangra sobre el océano y deja estelas rosadas en el horizonte. Oleaje de circonita que arrastra recuerdos fosilizados en luz, como insectos en ámbar. Flotan y se mecen con la brisa, cruzan el espacio y el tiempo, llegan a otras costas. Nacen de la espuma de las olas muertas de aquel viejo acantilado, giran y se deshacen mil veces, bañan la arena de otra playa, en la que dos amantes se resguardan de la lluvia bajo una toalla, con un libro a los pies. La circonita se quiebra, se vuelve polvo estelar. Los átomos se elevan y forman un todo que nunca es y que siempre ha sido. Y la espiral atraviesa todo, da vueltas y regresa al principio, al final. Constantes. Variables. La luz de un faro en la noche. Una tarde de invierno. El eco de las botas sobre la carretera. Melodías de fuego en los oídos. Lágrimas en el rostro. Sonrisas apagadas. Manos en los bolsillos.

Mientras camino por la carretera, me detengo junto a las zanjas para ver mi reflejo en el agua y el barro. No reconozco esos rasgos, esas ojeras, esas canas en las sienes, esa barba entristecida. No sé si soy el sueño de un gigante o la sombra de un ratón. No sé si el miedo ha fundido mis sueños, si ha forjado mi pecho con la forma de una jaula. No sé si alguna vez existió una llave, o si existió y la he perdido. Quizá sé dónde está, y no puedo ir a buscarla. Quizá no sé si quiero ir a buscarla. Si alguien más la ha encontrado.

He intentado proteger del frío a otros, y he dejado mi corazón congelado a la intemperie. Le he declarado la guerra a mi mente y no he dejado guerreros que ayuden a los heridos tras la batalla. He llorado en silencio tantas noches, que he secado el rosal que crece entre mis huesos. He volado tan cerca del sol, que he perdido mi sombra.

El agua y el barro ya no me devuelven el reflejo. Estoy solo en la carretera y no existo en el espejo. No hay nadie ahí. Nada ni nadie. Como siempre. De nuevo.


Y al girarme, veo un perro negro junto a mi. A mi alrededor no hay dueños, correas, collares, ni silbidos. La misma historia, años después.

El perro.
El cruce.
Yo.

Noche a pleno sol. Ojos de diamante. Pelaje sombrío, tizón, lomo de sombra y acero. Inmóvil, me mira desde la intersección, con un brillo familiar en los ojos. Me observa de arriba a abajo, pero no espera nada. Nos hemos encontrado en este preciso instante, como nos hemos encontrado tantas otras veces en el mismo lugar, pero nada tiene sentido. He dejado de comprender el mundo, y sin embargo, sigo. ¿Por qué sigo?

Constantes.
Variables.

Me siento en la carretera y me lame las manos. El calor invade mi cuerpo, y dejo de sentir que me falta algo. Y le hablo.

Le hablo de mis días y mis noches. Le hablo de coches robados. De nieve y monedas sucias. De muros caídos y nudillos quemados, de rincones furtivos, de nuevas miradas, de botas cansadas. Le hablo de clavos, de cepillos, de dientes, de la historia cíclica de los reyes muertos. De cuentos torcidos, de leyes de hielo, de páginas arrancadas. Le hablo de sangre y escaleras, de farolas que parpadean, de cerraduras que crujen y portales que respiran, de pistolas que palpitan. De garajes oscuros y ventanas rotas, de cadáveres tibios, de vidas que explotan. Le hablo de miradas a un mar que se pierde en la noche infinita. Le hablo de oraciones silenciosas que hacen eco en las vidrieras, cuando el sol ilumina la vieja iglesia en lo alto de la colina. Le hablo, sin saber que me escucha. Le hablo, sin saber que lo hago.

El Dios de los Muertos me acompaña de regreso a casa. Caminamos juntos, porque no dormimos. Jugamos dentro y fuera de la carretera, nos guiamos de vuelta a un hogar inexistente. Sople el viento con fuerza, quemen los rayos del sol, no importa. El niño y el perro, el amor al relámpago. Paseamos a la sombra de los árboles torcidos, saltamos alambres oxidados sabiendo que no existe ningún destino.

Psicopompo de pelo nocturno y verdad muda, me acompaña más allá del cruce, donde la hiedra vuelve a hundirse en la tierra y la piedra brota de entre las hojas. Donde el verde duerme, y el gris renace. Donde el mundo vuelve a su cauce, una vez más, como todas las otras veces antes de esta. Constantes y variables. Una tarde de invierno. Un banco junto al mar. Una pared cubierta de poesía.

Cuando miro detrás de mí, el perro ya no está.

Cruzo el velo en silencio. Y me quedo al otro lado de algo, con el corazón en la mano. Con la espalda llena de flechas. Con la mirada en el horizonte.



La hora del Lobo ha terminado.

Y escucho una voz que me llama desde el otro lado del desierto.



Un paso tras otro, dejo atrás el acantilado.

Un latido tras otro, camino hacia la montaña.

miércoles, 9 de febrero de 2022

Háblame del invierno

Háblame
del invierno

de la melodía fría 
de tu carne

del eco de tus latidos
entre mis costillas
cuando cae la noche

de los dedos
que buscan otros dedos
en la oscuridad
y se entrelazan
con la nada

Háblame 
de las manos vacías
de las tripas vacías

Háblame 
del hambre
y la tormenta

de tus días sin noche
de mis noches sin día



Háblame
sin decir nada

y dime
qué hacemos

mirándonos a los ojos
en plena caída.

lunes, 7 de febrero de 2022

Hoy

 Hoy

tengo 

la sangre encendida
como neón

el corazón
apagado
como ceniza

un billete de ida
hacia ninguna parte

y unas manos vacías
que han encontrado la 
la puerta
de esta casa derruida

que
 
soy.


sábado, 5 de febrero de 2022

Pase lo que pase.

En el espacio
entre un silencio
y un latido,
soy.

Las huellas de un gato
sobre el piano
marcan mis pasos en bucle,
hacia delante,
hacia atrás,
hacia el final de estas calles.

Cobro forma
a través de la luz y el frío,
y este amanecer de invierno
me devuelve la sombra,
dibujando mi cuerpo en la pared.

Y entre el silencio
y el latido,
he encontrado la paz de mis noches,
el rumbo de mis viajes.

Y esta paloma que se posa 
sobre mis manos
sin decir nada,
se lleva mis recuerdos
y me deja una pálida sonrisa,
sincera

como el rayo.

Vuela con las demás,
más allá de las nubes,
hasta la próxima estación.

Al final de mi escalera,
solo queda una canción
y el eco de una máquina de escribir.

Ya no sueño,
no hace falta.

Pase lo que pase,
entre el silencio y el latido,
soy,
y siempre he sido.

Pase lo que pase.

miércoles, 2 de febrero de 2022

Oración de la montaña

¿Dónde están los lobos?

Se fueron más allá del valle, niño

a donde no llegue el fuego

a donde la luna se esconda

al oír sus aullidos

para fingir que no está en casa

que esta noche ha salido

a colocar estos pétalos de escarcha en tu ventana

para que no olvides el frío

para que no olvides el peso

de las calaveras rotas que arrastras

ni la distancia entre el hombre que eres

y el que has sido.


Coge este cántaro de pena clara

y llévalo siempre contigo

para que bebas en las noches sin luna

en las noches sin pieles

en las noches sin nido


Guarda silencio y duerme

tranquilo

que cuando llegue la muerte

si disimulas un latido

pasará de largo esta sangre

y la piedra habrá vencido


¿Dónde están los lobos?

Ya no queda ninguno, chico

Agotaron sus pelajes

se marcharon sin hacer ruido


Los mató la nieve de Enero

y aún creen que están dormidos