Tu puerta y la mía siempre han estado a dos calles de distancia.
Ahora, en el principio del camino, me pregunto si los tambores que hacían vibrar mis huesos en sueños, si las constelaciones que se suicidaban en mi estómago para alumbrar la caverna en un último estertor, eran tan solo los latidos que marcaban el paso hasta tu cama.