Suenan las pisadas
al fondo del pasillo.
Lentas, pesadas,
pasos metálicos de pies cansados
y grilletes olvidados.
Suenan tambores tan oscuros
como Dios.
Vibran las paredes con los golpes
que surgen declas profundidades.
Suena ese ritmo lento y deprimente
que nadie ha averiguado de dónde viene.
Suenan susurros débiles y enfermos
que se acurrucan junto a mi oído,
con el tono grave de la poesía
de los muertos.
Suenan crujidos ásperos de huesos y dientes
que se arrastran al otro lado de la puerta,
suena un olfateo húmedo y hambriento bajo la cama.
Ya vuelven.
Y aún no he encontrado la salida.
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