jueves, 27 de abril de 2017

Cero.

No siento nada.

No siento el asqueroso calor en mi estómago
que se incrusta en sus paredes como clavos fundidos,
que se derriten lentamente y cauterizan todas las heridas
creando otras,
hasta que las náuseas me despiertan.

No siento las miradas en mi nuca,
las de ahora y las de entonces,
intentando penetrar en mi carne,
intentando apuñalar mi espalda.
Tampoco las voces que intentan susurrarme
historias sobre mi,
haciendo preguntas,
golpeando,
salivando,
jadeando y gritando,
intentando averiguar cuál es cierta.

No siento nada.

No siento mi rostro por las mañanas.
Las ganas de respirar bajo el agua,
el latido de mi corazón contra la cama,
contra tu cama.

No siento el dolor que habita en mis costillas
cada vez que intento recuperar la vida
con una bocanada de aire.
Cada vez que intento recuperar el rumbo
con esta brújula rota que encontré en aquel aparcamiento.
Cada vez que intento sujetar la cordura
amarrándola con mis sábanas.

La angustia de saber que aquí dentro no hay una mañana,
que esta eterna noche que me acompaña llegó un día para quedarse.
Saber que entre la carne y los recuerdos,
entre cicatrices de botellas rotas y malas palabras,
entre la tinta, la sangre,
la sonrisa colgando del cinturón
y las manos vendadas,
no queda nada.

No siento las malas caras,
las miradas perdidas,
los silencios,
los falsos relatos,
los recuerdos de fuego,
los olvidos de invierno,
los murmullos de la masa.

No siento los errores que me persiguen en sueños,
los ojos de miles de colores que observan mis pasos,
los monstruos que trepan lentamente a los pies de la cama.
Las manos frías que acarician mi mundo
cuando se apagan las luces aquí dentro
y solo quedamos yo y la memoria.
Cuando solo quedamos yo y el vaho en las ventanas.

No siento el viento en la noche,
el aire que me congela
cuando miro hacia el techo desde la cama.
No siento nada,
nada cuando paso las horas en las sombras
diciéndome "¿Y si?",
"Quizá",
"Ojalá".
Cuando me contesto:
"Mañana".

Pero el sol sale,
y la mañana no llega.

Vivo encerrado en un laberinto de recuerdos rotos,
palabras ardientes e intenciones heladas,
de fracasos y cuerpos doloridos,
de sangre seca y venas rotas,
de campos de nieve manchados
y vidas enjauladas,
de nudillos abiertos
y veranos llenos de rabia.

No siento el tacto de la arena en mis recuerdos.
El sabor de la sangre.
La noche en la plaza.
No siento este dolor
de ser un error
ni el calor del día
entre las sábanas
o el recuerdo de un tiempo mejor
que nunca fue
o el olor de una noche
que nunca ha sido
o la luz de la vela
que nunca será
apagada.

No siento mi dolor ni el tuyo.
No llores, tranquila.
No siento todo esto.

No pasa nada.

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