Dejé mis cosas en algún punto de la carretera,
más allá del Pálido.
Todas las tardes vuelvo a pasar por allí,
pisando sobre mis propias huellas
y girando las manecillas del reloj,
pintando el camino de vuelta
con sangre
sobre el asfalto.
Y cuando cae la noche sobre el desierto,
me hago un ovillo bajo las estrellas
y espero a que llegue la Hora de la Serpiente.
Humeantes,
las siluetas de fósforo
emergen entre las rocas
como fantasmas de otro mundo,
susurrando historias en un idioma antiguo,
cubriendo la arena de una luz fría,
narrando extraños mitos
sobre alcohol
y galaxias muertas
y meteoritos de anfetamina.
Y al despertar, bostezo
con la boca llena de polvo y traumas,
cansado de este cuerpo que ya no es mío,
y de esta mente quebradiza
en la que no me encuentro.
Emprendo el camino de vuelta
sobre la sangre que se ha borrado,
sobre las huellas que se han borrado,
sobre el pasado que he olvidado.
Dejé mis huesos en algún punto de la carretera
más allá del Pálido.
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