Rodeado de humo y miseria,
elige la canción que quiere escuchar
cuando muera.
Silenciosas,
como las alas de un ángel en llamas,
gritan del teclado las teclas
al resonar en el vacío.
Y doblan las campanas
como tantas otras veces
en tantos otros lugares
bajo la misma luz azul.
Y flotan los recuerdos
en el aire de la habitación,
cargado de sueño y odio,
de gritos en extraños idiomas
rasgando cielos oscuros
con tambores de guerra.
La música se va,
la vida con ella.
Y todo vuelve a empezar.
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