lunes, 18 de noviembre de 2013

Muerto.

-Firme aquí, aquí... y aquí.

Tomé el bolígrafo que aquel tipo me ofrecía, intentando no mostrar flaqueza al levantar las cadenas que colgaban de mis brazos. Lo cogí, sin creérmelo demasiado. Estaba a punto de hacerlo.

Dicen que cuando estás a punto de morir ves toda tu vida por delante. Deja que te diga algo: es mentira. Cuando estás a punto de morir solo ves a la muerte frente a ti. Y tú decides si mirarle a los ojos o agachar la cabeza. Lo cierto es que importa más bien poco, morirás de igual manera. Tú eres quien decide si quiere ser una sabandija que no mira a la cara al final, o un ser finito con un mínimo de honor.

Garabateé mi nombre sobre aquel pedazo de papel amarillento. Eché un último vistazo al cofre, aquel enorme cofre que no se despegaba de mí. Podía escuchar las voces dentro, podía escuchar los reproches y las amenazas.

¿Sabes qué es lo mejor de morirse? Que lo dejas todo atrás. Que no dejas ningún cabo suelto, porque son los demás los que tienen que atarlos. Que no tienes que mirar al mundo a la cara, si no quieres hacerlo. Los hilos se rompen, las marionetas se caen al suelo, los animales dejan de intentar devorarte, los humanos dejan de intentar joderte. Todo se convierte en un pozo oscuro, absoluto, negro e infinito. Todo se va. Y no vuelve.

- Muy bien. Ponga su huella dactilar aquí y entregue todas sus pertenencias.

Hice lo que el tío me dijo. Quién coño era yo para cuestionar a Leteo. Puse mi huella, me desnudé, dejé mis cosas sobre la cinta mecánica. El tipo salió del mostrador con una enorme llave de hierro, que introdujo en la cerradura de mis grilletes y me dejó libre.

- Pase por aquí. Buena suerte.

Desnudo, sin pertenencias.Caminé a través del enorme arco de mármol que me mostraba mi anfitrión, y eché un vistazo tras de mí, observando por última vez el cofre que me había acompañado hasta entonces. Dos hombres fornidos, sin cabeza, cargaron con él y se lo llevaron de mi vista.

Caminé por los pasillos, pisando el frío azulejo que decoraba el lugar. Cuando te pierdes, el instinto de conservación sale a la luz y se aferra a tus poros. No quieres encontrar la salida, no quieres escapar del laberinto, no quieres salvarte. Quieres que alguien lo haga. Quieres desesperadamente que alguien pose su mano sobre tu nuca y te diga que todo va a ir bien, que va a llevarte a la salida.

Giré la esquina y la ví allí. Como fuego en la noche. Como luz en la oscuridad. Y su mano tomó la mía, guiándome a la salida.

El sol cegó mis ojos, la brisa penetró en mi cuerpo. Ella me miró y me sonrió. Pasó su mano por mis brazos, marcados por las cadenas que parecían imperecederas, marcados por los años, marcados por la tortura.

Era libre.
Era completamente libre.

Dicen que cuando estás a punto de morir ves toda tu vida por delante. Deja que te diga algo: es mentira. Cuando estás a punto de morir solo ves a la muerte frente a ti. Y tú decides si mirarle a los ojos o agachar la cabeza.

Yo la vi y la tomé de la mano. Y la besé. Y no dejé que se fuese nunca más.

¿Sabes qué es lo mejor de morirse? Que lo dejas todo atrás. Que no dejas ningún cabo suelto, porque son los demás los que tienen que atarlos. Que no tienes que mirar al mundo a la cara, si no quieres hacerlo.

Yo decidí morir para no miraros nunca más a los ojos. Porque hay diferentes tipos de muerte. Y la mía es la más dulce.

Freya me salvó del laberinto. La valkyria fue mi muerte, voló mi mandíbula, me salvó de un mundo que no quería seguir respirando.

Y ahora estoy muerto.
Para ti.
Para todos vosotros.

Para siempre.

Y me encanta.

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