martes, 28 de enero de 2014

Sin nombre.

Raíces negras que se extienden
más allá de lo que comprende el alma.
Bosques, tinieblas,
nieve y hielo del color de la sombra
Sangre.
Esa sangre espesa y helada que cubre las venganzas del invierno.
Espadas quebradas,
escudos agrietados,
valkyrias sangrantes,
heridas,
rotas,
perro sin amo.



Brutalizar los cielos con gritos hacia ninguna parte,

heridas en lo más profundo,
cicatrices en lo más externo.
Llantos.
Perder.
Una y otra vez, perder.




El desconocimiento del Sin Nombre,
que no necesita brújula, ni maestro, ni sendero,
porque no conoce ningún rumbo.
Bestia nocturna que se alimenta,
que sobrevive,
aúlla y llora,
a medio camino entre la penitencia y el masoquismo.

Odio autoinfligido de los ángeles de la muerte.
Colores, miles de colores,
diferentes tonos de negro.
Diferentes vacíos.
Diferentes vida,
diferentes errores.



Una habitación cerrada herméticamente,
iluminada,
periódicamente,
con un destello:
en su interior
se miran,
fijamente,
un niño
y el Diablo.




Eso es todo lo que soy.



Espero que sepas qué hacer con ello.


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