lunes, 27 de octubre de 2014

Volverá la noche.

El mundo es un cristal roto. Un trozo transparente de algo frágil que, al mismo tiempo, te destrozará los pies si pisas sobre él repetidamente. El mundo es un cristal roto que ha rajado demasiados sacos de carne.

Soy la sombra de un ser que se hacía llamar hombre. Las historias de locura me tocan de cerca, supongo que inspiran las ganas de echar la vista atrás en el camino y contemplar todo el trayecto. Es curioso. La carretera está vacía. Apenas recuerdo nada.

En la madrugada del 23 de septiembre de 2013 solo necesité diez minutos para observarme en el espejo y comprender la naturaleza de aquel instante. Tenía algo en mis manos con lo que no sabía si podría cargar. Tenía algo frente a mi que necesitaba ser rescatado del infierno. Algo que yacía allí abajo, ardiendo lentamente, porque fui demasiado débil para correr cargando con ello. Pero, ¿cómo se sujeta uno a si mismo si tiene las manos ocupadas con cajas llenas de botellas llenas de problemas que se desbordan a todas horas? Hice cuanto pude por apretar y apachurrar aquellas cajas muy dentro de este armario. Muy dentro. Pero no debí colocar bien las botellas, porque por las noches, si me tumbo de costado durante demasiado tiempo, puedo notar los recuerdos derramarse por mi nariz, o el miedo escapándose por una oreja. En esos momentos tengo que sentarme en la cama, dejar que todo baje a su lugar, beber un vaso de agua, añadir algo de humo de fábrica a la mezcla e intentar conciliar el sueño.

Puedes considerarme un héroe de novela. Un héroe épico. Mi epopeya es un terrible viaje por la monótona muerte, la brillante mierda, el ácido invierno, la terrible respiración. Mi historia cabalga por el valle de las sombras como una mota de polvo que se ha escapado de la estantería, huyendo de la justicia de los momentos en los que no pasa nada. He llevado máscara de payaso, pero no me he reído. He llevado luz al sótano, pero no me he encontrado. He encontrado a la chica, pero no he pedido un rescate. ¿A dónde van las personas cuyas únicas acciones son errores?

Hoy me ha despertado otra mañana extraña. Esa sensación de que alguien apoya todo su peso sobre tus brazos mientras yaces boca arriba. El muerto que me persigue a todas horas ha vuelto a intentar besarme mientras dormía. No entiendo por qué. Quizá le gusta el sabor de los problemas que derramo al tumbarme de costado. Solo sé que hoy es otra mañana de otoño falso. Otra mañana de un Octubre corrupto. Y que la pistola que guardo en mi mente, está cargada. Hoy la Makarov está llena, como una puta que acaba su turno. La obra de arte de la guerra rusa yace en una estantería en mi cabeza, lista para ser descargada.

Recuerdo las mentiras. Las verdades falsas. Recuerdo los errores. Recuerdo todos los cadáveres detrás de mi, rodando colina abajo, agarrándose a mis tobillos. Recuerdo todos los cuerpos que quedaron atrás. Recuerdo el sexo sucio y el campo de batalla. Recuerdo. Pero no soy yo. Ese no soy yo, me repito. Es otro. El otro invadió tu cuerpo.

Pero los dos sabemos.

Y la Vorkuta de los sentimientos recibe su motín. Y en mitad de la noche, corro, cuchillo en mano, a través de los sentimientos presos que mueren ante mis ojos. Aparto, con manos llenas de sangre, aquello que una vez dejé encadenados en el fondo de la prisión. Ya es demasiado tarde, tengo que escapar. En la oscuridad de la madrugada, de esa madrugada que comenzó el 23 de septiembre de 2013, corro como si el mundo se acabase debajo de mis talones. Corro y corro, tropiezo y vuelvo a levantarme. Pisoteo la nieve cubierta de sangre mientras escucho el ruido de las ametralladoras y las bombas que destrozan todo a su paso. Consigo entrar en la caseta. 

Consigo ocultarme de las bombas. Todo está a oscuras. Todo está calmado.
"Nada puede hacerme daño aquí", me digo. "Lo he conseguido", me digo.

Pero ella está ahí. Makarov, mi puta. Mi pistola cargada. Está ahí, sobre la mesa, esperando.

Cuando quito el seguro y observo la pequeña pistola en mis manos, noto una separación de 3 segundos entre mi pecho y la nada. Es entonces cuando solo escucho el latido de mi corazón, allá en el infierno. Pidiéndome que vuelva a buscarlo. "No", le digo. "Lo dejé todo atrás para correr, y tú pesabas demasiado". "Vuelve", me dice. "Vuelve. Vuelve".

La puerta se abre con un fuerte clic. Una luz blanca angelical, con un extraño humo rojo que se cuela por todas las rendijas, aparta la puerta lentamente. La luz gana a la oscuridad y vuelve a colocar la pistola sobre la mesa. Me extiende una mano, salimos de la caseta y cierra la puerta con llave, dejando a Makarov sola, sobre la mesa, llorando.

La oscuridad se ha ido durante unas horas. Es de día en Vorkuta.

Pero volverá la noche. 

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