con llave la casa en ruinas que es
y echa a andar calle abajo
en una bolsa de basura el corazón
camina
con cuidado de no pisar
los últimos jirones de la tarde
que la luz de marzo retuercen
tras los gritos de los borrachos
la mirada por los suelos
de tanto soñar despierto
la escarcha templada de unos huesos
cansados de sujetar
este puto invierno
sigue
la línea de puntos
rasgando un amanecer
que estrangula
de las manecillas del reloj
la inminente caída
tan deseada
a este lado del mar
busca la forma
de consumirse
en un atardecer de fuego
y correr
siempre correr
hasta que se le acabe el tiempo
y en ese callejón sin salida
de horizontes coagulados
y una cruz en llamas a la espalda,
a 98 pasos de distancia,
la encuentra.
Bebe
las horas
con la sonrisa enterrada
tras una oscura cascada
de promesas calladas.
Dice
que sus ojeras son diamantes,
y cada herida una vidriera
en esta iglesia
abandonada.
Reza
a un dios del bosque olvidado
que no escucha sus plegarias,
aterrado de ser eclipsado
por dos esmeraldas
de cielo pálido.
Llueve el sol
sobre dos cuerpos
en una silenciosa mañana de paz,
vuelve la primavera suicida
que perdieron
en estas calles.
Se encuentran
donde ya no eran
donde ya no estaban.
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