sábado, 23 de agosto de 2014

Humo.

Nunca abandonarás este lugar, rezaba la puerta.

Se dijo a sí mismo que ni hablar.
Que se iría para no regresar.
Que abandonaría aquel sitio,
que tenía que olvidar ese lugar.
Aunque toda esperanza estuviese muerta.

Apretó con fuerza aquella cajita dorada y se dio la vuelta,
encarando la puerta.
Allí se erguían los demonios,
con sus cuernos violando el cielo,
con mirada violenta y llena de sangre,
de sed de sangre,
con la sombra de quienes fueron humano
y terminaron de asesinarse.

Sin detenerse más tiempo,
la sacó de allí.
Cruzó océanos de fuego,
desiertos de hielo y sangre,
bosques de cadáveres,
senderos de hierro.

Cruzó universos,
universos enteros de frío y miedo.

Cuando el peso era superior a su voluntad,
se arrancó las partes del cuerpo que no necesitaba,
cargando con su alma con aquel preciado tesoro que sostenía aún entre sus brazos.

Nadie sabe cuánto logro atravesar de lo ancha que es la Realidad.
Nadie sabe hasta dónde llegó.
Para cuando llegó al final del camino,
con la caja entre sus manos, 
prieta y caliente,
solo era un espíritu blanquecino.

Cuando al límite de sus fuerzas vio que la caja empezaba a brillar,
supo que se acercaba a su destino.
Corrió a duras penas por entre zanjas de muerte,
con el fuego calentando el subsuelo
y la Eterna Noche...
...la Eterna Noche pisándole los talones.

Corrió cuanto pudo, sin mirar atrás.
Cada vez, la caja brillaba más,
y más,
hasta ser una pequeña estrella entre sus manos.
Eso solo significaba lo cerca que estaba del final,
de su destino,
del lugar del que venía,
del lugar al que pertenecía.
Conseguiria llegar al reducto de paz que su cabeza ansiaba.
Al lugar al que pertenecía.
Y llegó.

Nunca abandonarás este lugar, rezaba la puerta.

Y el espejo le devolvía la mirada.
Allí se erguía un demonio,
con sus cuernos violando el cielo,
con mirada violenta y llena de sangre,
de sed de sangre,
con la sombra de quien fue humano
y terminó de asesinarse.

Dejó la cajita en la puerta, donde nadie pudiese hacerle nada.
Respiró profundamente el azufre.
Y abrazó el fuego del infierno una vez más.

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