miércoles, 9 de diciembre de 2015

Crash()

Este lugar ha sufrido muchos cambios. Lo llamo lugar porque es lo que es. Sé que no es más que un montón de cifras en el vacío, números en una nube de datos, letras y códigos en la nada. Pero para mí, este sitio es más real que cualquier otro.

Me han preguntado muchas veces por qué escribo. Siempre digo que no me gusta que me lean, siempre hablo de eso que nos gusta tanto a los que escribimos: "No, si yo escribo para mí". Eso es una verdad y una mentira, a partes iguales. Yo no necesito leer esto. De hecho, necesito expulsarlo. Son pensamientos que se agolpan y pelean por salir fuera de mi cabeza, necesito sacármelos de dentro como un alien o una enfermedad progresiva. Estas palabras que leéis aquí son un proyecto siempre inacabado, repentino, brusco, sucio e infeccioso que me arranco de las tripas antes de que termine de devorarme. Lo dicho: yo necesito escribir esto, no leerlo. Cuando vengo aquí es porque necesito escupir, no tragar. A pesar de esto, evidentemente, escribo para alguien, pero ese alguien no es de carne y hueso. No escribo para vosotros, no escribo para mí, no escribo para ellos. Escribo para alguien que no conocéis, y yo tampoco. Pero ya volveremos más tarde a eso.

Este lugar ha sufrido muchos cambios. Muchas veces he venido aquí con la necesidad imperiosa de liberarme de numerosas cargas internas, numerosos lastres que han crecido dentro de mi estómago como tumores que no me dejan dormir, que hablan y hablan y hablan y su voz retumba dentro de mí. En algún momento vine aquí para saciar un apetito artístico, la necesidad de plasmar una idea que rondaba mi cabeza constantemente. Pero esos días quedan bastante lejos, supongo. Y ya no queda nadie aquí para comprobar que lo que digo es cierto. No queda vivo nadie de los viejos tiempos, Chains. Nos quedamos solos.

Hubo un tiempo en el que bajaba las escaleras del sótano para encontrarme con piezas de mí. Echaba un vistazo a mi galería de los horrores, a mis pedazos, mis recuerdos. Convivían aquí, sin hacer mucho ruido, con la llave en la trampilla y el polvo en la estantería. Lo que en aquella época era un oscuro rincón de muerte y olvido, ahora puedo incluso recordarlo con nostalgia. Era un viaje excéntrico y casi divertido, bajar de la mano de mi sombra a recordar mis momentos más profundos. Pero la adolescencia es una enfermedad con una cura muy barata y sin efectos secundarios. Excepto para los Münchhausen, pero eso es otra historia.

Hubo un tiempo en el que el sótano desapareció de la casa y mi único mueble fue un escritorio manchado de tinta, cubierto de papeles, ceniza y botellas. Un pupitre, un lienzo en blanco. No lo recuerdo con tanta nostalgia. Lo recuerdo con estupidez, la de alguien que creía estar haciendo algo de provecho. Lo mío nunca fue encontrarle forma a las nubes, lo mío era provocar hongos nucleares en el cielo estrellado. Lo mío nunca fue dibujar con óleo, lo mío era decorarme con sangre. Siempre fui más de escupirme el cuerpo a golpes que de retratar la belleza ajena. Así que me dediqué a eso.

Por eso hablo de esto como un lugar. Para mí es un lugar, tan físico como una plaza por la que paseas con tu enamorado, tan real como el ataúd de un ser querido. Es un lugar tan sólido como el suelo sobre el que vomito y las sábanas sobre las que sudo cuando necesito dejar mi recuerdo en estas páginas. Pantalla. Lo que sea.

Consciente de ser creador, disfruté convirtiendo esto en mi propio bosque. Nací del verde, del verde que cubre la fría roca y el verde que empapa la arena de las playas. Los bosques son lugares casi sagrados, deidades paganas que se agarran con fuerza al suelo, protegiéndose de los tiempos en los que nadie cree en ellos. Pendientes de no ser devastados. Temerosos de ser olvidados. Un bosque es un monumento a lo la humanidad podría haber sido. Pero elegimos la ciudad. Elegimos el neón, el humo, los condones de látex, la comida prefabricada, las rebajas, los píxeles, el gas, el cemento. Y está bien, espero que no se me malinterprete. No quiero sonar como un anarcoprimitivista furioso contra la raza humana que clama el regreso de la naturaleza y el extermino del hombre contemporáneo. Tendría cojones hablar de eso desde un puto blog. Y que conste: los he conocido.

No está mal haber elegido el neón y no la luna. Somos criaturas cambiantes, dados a la noche y la falta de moral. Nunca encajamos en un planeta tan bonito, así que creamos nuestro propio infierno urbano para identificarnos con las baldosas. Frías, rígidas, sucias, insignificantes, olvidadas. Está bien haber elegido el neón. No nos merecíamos el bosque.

Disfruté creando mi propio bosque. Cuando mis fantasmas personales lograron escapar del sótano y campar a sus anchas por mi casa, fue difícil saber que hacer con ellos. Y se puede convivir con ello, que nadie diga lo contrario. Pero abrirle la puerta y las ventanas a alguien, dejar que alguien entre en tu casa y compartir un diminuto espacio para dos, conlleva una gran responsabilidad. No puedes vivir con alguien dentro de ti y pretender que se acostumbre a tus cicatrices vivientes que respiran, cagan y duermen donde comes. Así nació el bosque, pero no importó. Si hay algo maravilloso en mis monstruos, es el amor que me tienen. Me seguirían al fin del mundo. Estoy orgulloso de mis traumas. Los he entrenado bien.

La única solución posible era deconstruir el mundo. Y aquí me encuentro, en la matriz del problema. Decodificando mi realidad, abriendo mis texturas. Si somos hijos del neón, no estamos hechos de otra cosa que de ficciones. De luz, de imágenes, de píxeles, conexiones incabadas y circuitos abiertos. Aquí me encuentro, con mi universo sobre las manos, estas manos vendadas más acostumbradas a golpear la carne que a acariciarla. Aquí me encuentro, desmontando la realidad poco a poco y desvelando la estructura interna de todo. Contemplando el verdadero color de mi mismo. No es una declaración de intenciones ni una explicación de por qué este lugar muta a toda velocidad. Esta es una nota al pie de la página más grande hasta la fecha en el libro de mí mismo. Ese momento en el que tienes que sentarte a volver a escribir, y comprendes que es hora de cambiar de color.

Como decía antes, no escribo esto para vosotros pero tampoco para mi. No hay argumento más pedante y estúpido que decir "Escribo para mí, no para la gente". Y no hay cosa más ridícula que aquel que "escribe para los demás". Honestamente, a los demás no les importas una mierda.

Escribe para el yo del futuro. Es el único que te lo agradecerá. El que agradecerá que le muestres sus propios errores. Sus propios juicios equivocados. El que agradecerá que le hables de sí mismo. Escribe  para aquel que está a punto de cometer los mismos fallos, en una dimensión próxima. Si fuese tan fácil, golpearíamos con los nudillos el cristal del espacio-tiempo para decirnos a nosotros mismos: "Eh, ni se te ocurra. Eso ya salió mal antes". Pero no es tan fácil. Por eso escribo. Si alguna vez alguien os pregunta por qué escribo, decidles que porque soy un bicho raro. Será la manera menos dañina de explicarlo.

Y es que todo empieza por el principio. Si dudo de la realidad, dudo de pensar, dudo de mi pensamiento, dudo de mi mismo, termino dudando de mi pensamiento sobre la realidad. Descartes se anotó un tanto en su día. Lo que quiero decir es que todo era mucho más sencillo, Jack. Mucho más de lo que creías. Todo empezaba por el principio.

Esto nunca fue un lugar. Esto siempre fue tu mentira particular. Y es hora de deconstruirla. De romper el código. De abrir el sistema. De desmembrar el circuito.

Esto nunca fue un lugar.

No sé quién eres.
Pero puedo decirte quién no eres.

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