domingo, 7 de junio de 2015

Carta desde Neverland.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que escribí para alguien que no fuese mi otro yo. El yo que mata lentamente desde dentro y muere en silencio ante un espejo.

Las últimas veces que he decidido venir a dar un paseo por este bosque, han sido veces de duda y rechazo. Me acercaba con ganas, me quedaba en el límite de los árboles. Echaba un vistazo entre los interminables troncos, comprobaba que todo estaba en orden, y me largaba de allí, autojustificándome por no querer entrar en el bosque una vez más, para ver lo que tienen que contarme los espíritus.

Cada cierto tiempo esa necesidad aparece, pero he desarrollado mil y un métodos diferentes para aplacar el fuego del infierno en las noches solitarias. De una forma u otra siempre consigo escapar del Neverland. Pero hay algunas veces en las que el bosque corre más que yo. A veces los árboles son más rápidos que mis piernas. Y es en esos momentos en los que el Neverland me traga, me mastica lentamente. Y el castigo es terrible. Si hubiese entrado cuando la necesidad apremiaba, hubiese contemplado las imágenes que los temibles espíritus de la Sombra tenían que enseñarme. Las enseñanzas, los ritos, las nuevas normas, las piedras grabadas. Pero nadie escapa del Bosque con tanta facilidad, una y otra vez. El castigo establece la sutil diferencia entre visitar el Neverland, y dejar que el Neverland venga a buscarte. Y en el segundo caso, no solo los Ancestros de la Sangre, sino también los del odio, los de la mentira, el olvido, el dolor y la muerte son los que salen a tu encuentro. Y los susurros y las imágenes de estos harían desplomarse al hombre más resistente.

Por supuesto, escribo desde el corazón de esta terrible Tierra de Nadie, Tierra de Nunca. Esto es lo terrorífico de que el Neverland venga a buscarte, querido lector. El hecho de que esto escapa a tu decisión. Si visitas el Bosque siempre quedará en tu mano hasta donde acercarte. Como bien es sabido por las gentes del lugar, el círculo exterior de la arboleda es un muro de árboles retorcidos y muertos, espinados, en un microclima paranormal de fría ventisca, sombra y sequía.. Se trata de la puerta al limbo, el acceso a dicho lugar, en el que moran los Espectros de Agua seca. Deformes y ciegos, los Espectros caminan entre los árboles que se levantan y se abrazan entre sí en el límite del bosque. Vigías, siempre atentos, nunca duermen. Empapan la tierra, cubren sus huellas, no permiten rastreos, no dejan nada a su paso. Nadie entra en el Never, nadie sale.. El segundo anillo del Bosque es, con toda probabilidad y quien diga lo contrario es que no ha tenido la oportunidad de visitar el Neverland en la época adecuada, el más fascinante de los tres. Hace dos inviernos el Never sufrió una inesperada oleada de vitalidad. De los tres círculos de árboles que conforman la arbolada, el anillo interior, el menos frondoso, comenzó a cambiar y a revelar patrones rojos, del color del fuego. Intenso, necesario. El círculo medio del Never se transformó en una perfecta curva de olores dulces, hojas y hierbas verdes, frutos y fauna. Sorprendente pero cierto, esto sucedió de la noche a la mañana. Allí donde antes se alzaba la ventisca y las gotas de agua heladas, se levantan ahora pequeñas cascadas, riachuelos y comunas de animales aquí y allí. Es ahí donde el Mono cabalga a lomos del Lobo, recogiendo frutas, conviviendo en armonía y sin buscar la salida de dicho lugar, conversando con los Ancestros de la Sangre y meditando. Esto, por primera vez en veintidós siglos.

Pero el corazón del bosque es allí donde el alma no quiere entrar. Es allí donde el Hielo se da la mano con la Oscuridad, gobernando las Sombras de Ayer con mano férrea, con la certeza de que todo está muerto. Con la certeza de que nadie escapa. Es allí donde moras una vez Neverland te ha tragado. Y allí seguirás. Porque nadie entra en el corazón del Bosque, y nadie sale. Y es aquí donde me hallo ahora. Dentro de este núcleo de tierra negra y muerta rodeado por zarzales grises cubiertos de ceniza. Aquí es donde cada cierto tiempo, estalla la bola de fuego del Nunca y del Nadie, y vuelve a arrasarlo todo a su paso. Toda esperanza de fertilidad y de color verde, toda vida dentro del círculo vuelve a desaparecer una y otra vez, sin opción alguna. Sin elecciones. Sin decisiones.

No es la primera vez que he despertado en el Corazón del Never. Corro sin descanso, cubriendo mis huellas, a través de los campos y los desiertos huyendo del Bosque. Cabalgo de noche, al amparo de la oscuridad. Cuando llega la mañana, suelto los fardos y cavo un agujero en el suelo. Allí escondo todas mis posesiones, me alejo unos metros y cavo un hoyo más profundo. Para cuando el sol llega al punto más alto, consigo enterrarme en un pequeño hoyo para huir de la luz. Cuando llega la noche, afilo la espada (la de acero) y doy caza a algún que otro bocado para el almuerzo. Repito el proceso durante dos días. Al tercero vuelvo a cubrir mis huellas y sigo avanzando. Es un proceso lento, pero efectivo. El Never solo avanza de día, ya que de noche se dedica a devorar lo que ha capturado. Lentamente va tragando todo a su paso. Solo durante el día puedo esconderme y aguardar su paso: solo avanza en una dirección por vez. Si calculo bien mis pasos, podría caminar en círculos toda la eternidad y que el Never nunca me alcanzase. Es el aprendizaje del moribundo. Un brujo debe esperar la oportunidad.

Las veces que he despertado en el Corazón del Never se deben a que la desesperación y la tristeza me han hecho perder la cuenta de los días, calcular mal mis pasos, no cubrir la distancia necesaria durante la noche, no calcular bien la dirección. Son esas veces en las que he visto la sombra gigantesca de hojas y ramas, los gritos de locura y las carcajadas macabras avanzando a toda velocidad por la colina, buscándome. Y saber que el momento en el que el Never se detiene, tengo la sensación de que millones de ojos, desde el interior de la arboleda que mágicamente corre por la colina, me miran. Me devoran con la mirada desde el interior de la Sombra.

Anoche desperté en el Neverland. Y por una vez no me rompí la voz gritando, intentando liberarme de la tortura. Anoche invoqué el Axii y me bebí la calma. Todo estaba en orden. Los ojos me miraban, las ramas me ataban al centro del círculo, y las risas psicópatas del pasado llenaban el bosque. Cuando creía poder dormir y salvarme de aquello, las Sombras de Ayer salieron a mi encuentro. Los Ancestros de la Sangre penetraron en el círculo, pero las ramas les impidieron el paso. Así es como las Sombras se apoderaron de mi.

Si tenemos en cuenta que tanto las Sombras como los Ancestros son espíritus incorpóreos que toman la forma que el Bosque les otorga, la visión de los Ancestros (que se antoja extraña pero no temible) no es nada en comparación con las Sombras. Sus cuerpos de ramas negras y retorcidas forman una ridícula imitación de un cuerpo humano en el que a veces hay más extremidades de las necesarias: todos tienen una pierna más gruesa entre las dos que corresponden a los humanos. Ninguno de ellos tiene rostro, porque si se viesen entre sí colapsarían para siempre. Su "cara" está cubierta por una máscara de madera de Nunca, coloreada de forma tan sombría que parece que un niño agonizante ha dibujado sus últimas locuras antes de morir entre estertores.

Dolor tiene una expresión terrible. Su boca semiabierta deja pasar un fétido olor a muerte que se clavan en tus fosas nasales. Está cubierto de espinas, y se arrastra lentamente, gritando. Pidiendo auxilio. Sollozando. Todo ello en un extraño idioma antes del Orden, y mucho antes del Caos.

Mentira sonríe. Sonríe con los ojos sumamente abiertos: parece como si realmente hubiese un rostro humano bajo esa máscara. Pero su sonrisa está muerta: la boca abierta de su máscara, a veces, revela miradas que salen del interior de su cavidad oral. Buscando una aprobación. Su cuerpo está mal pintado, como si un bote de pintura hubiese caído sobre sus ramas. Es el único que no tiene una tercera pierna con la que camina, como una bestia infernal de tres extremidades. Camina como los hombres. Pero incluso él sabe que no lo es.

Olvido llora. O algo parecido. Las gotas negras alquitranadas caen lentamente por su desfigurado rostro de madera y a la altura de la barbilla se fosilizan, creando una enmarañada barba de brea que le cubre el pecho entero. Olvido camina encorvado, para pasar desapercibido. Pero es embustero como la vida: Olvida nunca olvida.

Muerte es un monstruo de ramas con dos caras. Una de las máscaras finge una mueca cómica, desdibujada como una sonrisa descosida. La otra máscara es completamente lisa: no tiene rasgos ni ojos ni boca ni nariz ni vida. Su cuerpo tiene multitud de brazos, multitud de piernas. Es la más veloz de las Sombras. Pero no habla. Solo observa.

Odio es el rey del Corazón. Su rostro es un temible gesto de furia descontrolada, ansias de asesinato. La psicopatía reinante en el rostro de Odio es evidente en su tono de voz, como si mil perros gruñesen con sarna al mismo tiempo. Su cuerpo es el más robusto. Sus golpes, los que mejor recuerdo.

Las Sombras de Ayer gobiernan con mano de hielo y miedo el círculo central del Never. Allí dentro, los viejos recuerdos viven sometidos a sus reglas. Pero esa noche, cuando me enfrenté de nuevo a las imágenes por enésima vez, supe que mi deber era liberar los recuerdos.

Vi una ciudad lejana, bañada por el sol, llena de gente sonriente que viajaba de un lado a otro, cargando con libros de recetas.

Vi una noche llena de vasos y botellas al amparo de un puente sombrío, bajo el cual unos jóvenes reían y entonaban cánticos rituales alrededor de una hoguera.

Vi la soledad de una habitación derruida y sucia, el arma, la poción y el humo.

Vi la mano en la oscuridad y la sonrisa generosa. Vi el perfil de su cuerpo y la ayuda. Vi la luz en la Tiniebla.

Vi como la Tiniebla se disipaba, vi bares y calles, y casas, y fiestas, y risas y llantos, carcajadas, anécdotas, vi vida donde antes había muerte, vi calor donde había frío. Vi palabras.

Vi sangre. No la sangre nacida del dolor, vi fuentes de sangre que brotaban con violencia y se calmaban en su curso, que descendían despacio por grietas de piedra, dibujando mil formas, uniéndose en el centro del jeroglífico. Vi la sangre fundiéndose lentamente y convirtiéndose en solo una. Solo una.

Pero entonces sucedió. Las imágenes cambiaron de ángulo, el estridente ruido de una cuerda de violoncello partiéndose y deshilachándose en una nota eterna y deforme que rasgaba el aire como una grotesca imagen en un espejo cóncavo. Y las Sombras gritaron y me levantaron por los aires. Y fue en la inmensidad del cielo nocturno donde, por primera vez, pude ver las imágenes reflejadas en la noche y en las estrellas. Y las Sombras no consiguieron invadirme. Comprendí lo que sucedía.

No había logrado escapar del Neverland todas aquellas veces. Se me permitía correr en círculos, una y otra vez. Se me permitía creer en mi huida. Pero nunca salí del bosque. Desde lo alto, pude ver todos los agujeros en los que me enterré, a escasos metros del corazón. Desde lo alto, pude ver mis propias huellas. Solo se puede escapar del Neverland dejando de decir Nunca. Penetrando en el Bosque.

Aquí me encuentro, en el corazón del Bosque, escribiendo esto antes de despedirme de mis Sombras. Porque he comprendido que este corazón, este círculo de tierra negra, es el paisaje del que más puedo hablar, es el que menos me cuesta entender. Es el que siempre está ahí, es el que me susurra por las noches. Sé que algún día no muy lejano hablaré de mis Ancestros de la Sangre, mis queridos espíritus del bosque. Pero me he visto en la necesidad de hablar de la noche, hoy.

Se acabó el espectáculo, mis Sombras. Lo hemos pasado bien y lo hemos pasado mal. Es hora de decir adiós. Nunca digo "adiós", odio esa palabra más que ninguna otra en el mundo. Pero es la hora del Adiós, es la hora del Nunca más. Algún día entenderéis las palabras que salen de mi boca y no de los árboles del Bosque. Algún día comprenderéis la verdad. Pero ese día será tarde, como todos.

Y a ti, más que a nadie, te digo adiós. Te digo adiós sin pena, y sin alegría. Te digo adiós desde el corazón muerto de un bosque que intentaste comprender innumerables veces, sin éxito. Te digo adiós desde el Never, desde esa parcela de mundo sombrío lleno de magia que una vez intentaste gobernar, mandato del que el Bosque no salió indemne. Mandato que asesinó a los Ancestros tantas veces que no supieron renacer hasta que la Diosa se dignó a entrar en mis parajes. Mandato que me hizo olvidar la salida de este lugar, perdiéndome en la inmensidad de la nada. A ti, más que a nadie, te digo adiós. Siento que te equivocases de lado en el río, siento que despertases y entendieses que tus pasos fueron incorrectos, tu locura innecesaria y tu odio, en vano. Siento que compruebes, tarde, como siempre, que en tu mano estaba la llave para comprender este lugar y hacer de él tu casa y tu retiro, un sitio en el que estudiarte y estudiarme y estudiarnos, en el que estar a salvo y coger lo que necesitases para pasar el invierno. Pero quisiste gobernar, no existir. Te saludo desde el Never, y te digo adiós. Por todo, y por nada.

Solo doy gracias a la Diosa por comprender estos paisajes. Por dar vida al círculo interior, por colorearlo y dar motivos al Lobo y al Mono para ser compañeros de viaje. Doy gracias a la Diosa por acompañarme por este oscuro lugar.

Y doy gracias al Druida por visitar, sin descanso, este bosque para alimentar a los pocos animales que siguen habitando estas tierras. Impertérrito, constante, callado y estoico. Gracias por mantenerte en el lado correcto del Río.

Que los lobos guíen estas palabras fuera del Bosque y que ellas entren en otras tierras. Mi trabajo termina aquí.

Hoy dejo el Neverland, hasta que necesite esconderme de nuevo.

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