martes, 9 de junio de 2015

Oración del Monstruo

"Bajando del caballo en el viento de otoño, pregunté por el nombre del río". 
Masaoka Shiki


Druida, no dejes de observar el viento.
No gires la cabeza nunca,
nunca mires lo que hay detrás.
Solo queda ceniza de sabor amargo.
Dulces podridos,
gusanos que perforan los recuerdos
y los llenan de mentiras
y sal.

Camina con la frente bien alta,
tú dejaste atrás todos los fardos.
Cruzaste el río sin equipaje,
listo para el invierno,
con una mancha de sangre en la mano izquierda
y una antorcha en la derecha,
para no perderte en la noche.
Para calentarte en el infierno.

Allá donde moran las bestias
encontraste asentamiento.
Estudiaste los momentos,
la oportunidad,
la paciencia.
Druida, no dejes de observar el viento.
Tu ejemplo y tus enseñanzas
son aquellas que guían estos versos.

Ardua tarea alimentar a los monstruos
que caminan en los límites entre
lo que fue, lo que es y lo que pudo haber sido.
Difícil trabajo cuidar de lobos,
mirada hacia otro lado
y mano arrancada en el suelo.
Pero ahí sigues, Druida.
Sigues estudiando las palabras,
sigues guardando los sentimientos,
sigues cuidando todas y cada una de las joyas
que encontraste en el sendero.

Mente despejada y brillante,
llena de la luz que calientan la arena en los páramos.
Druida, ¿por qué te quedaste?
No queda hierba en esta tierra,
no queda vida en este bosque.
Te asentaste en los límites del infierno negro
que cada día trae nuevos cuervos
y nuevos fantasmas
y nuevos monstruos.
Psicopompo de malos recuerdos,
erigiste tu cabaña a las puertas del Never
para aprender de las tierras
a las que huiste, exiliado.
Druida, ¿por qué te quedaste?
No contestes.
Llega la noche.
Y no queda tinta para darte las gracias
y pedir perdón.
Llega la noche.
Y no queda aire para seguir respirando
y poder hablar al mismo tiempo.



Diosa, no dejes de sangrar sobre mis heridas.
No dejes de sonreir nunca,
nunca mires lo que hay detrás.
Solo queda la muerte agridulce del miedo,
la cobardía de un pecho enfermo.
Historias deformes,
que viajan a través del espacio y el tiempo,
arrastrando consigo rencor
y cerrando el portal.

Acuéstate en mi lecho de espadas,
tú decidiste dormir con todos los monstruos.
Cruzaste el bosque desnuda,
lista para el invierno,
con un frasco de lágrimas en la mano izquierda
y un puñal en la mano derecha,
por si el día llegaba demasiado rápido.
Para acabar con tu sufrimiento.

Allá donde el odio es un río,
encontraste mis huellas sobre la tierra.
Aguardaste, erguida,
noches y días,
risas y lamentos.
Estatua dulce de aire y nube,
de nube y fuego,
iluminaste cada rincón en sombras de este lugar.
Diosa, no dejes de sangrar sobre mis heridas.
Que tu vida se filtre entre mi carne
y mis venas se llenen de tu esencia.
Que tu sangre penetre en mi cuerpo
y agujeree cada trozo ennegrecido de mi alma.
Que no queden más noches vacías.
Trae ventisca y hielo a este infierno.

Imposible empresa la de lavar a las bestias.
Limpiar por dentro y por fuera sus fauces,
las del cuerpo y las del alma.
Loca intención de curar cada herida,
de coser cada desgarro,
de abrazar cada vacío,
de llenar cada carencia
y de besar cada frente carcomida
y hueca de odio y sarna.

Diosa, ¿por qué te quedaste?
No hay vida en este cuerpo.
No hay alma al otro lado de esta carne.
No hay corazón dentro de este baúl de huesos,
solo muerte encontrarás en el pantano.
Aguardaste,
guardiana alada de las noches invertebradas,
esas en las que el lamento viaja más rápido
que la luz.
Aguardaste como aguardan los héroes
a que el sol saliese de nuevo.
Diosa, ¿por qué te quedaste?
No contestes,
no quiero saberlo.
Llega el hedor del desconfiado,
llega ese aire rancio de ateísmo
que puebla mis fosas nasales cuando suenan los tambores.
No hay momentos suficientes para dar las gracias
y pedir perdón.
Llega la noche.
Y no queda aire para seguir respirando
y poder hablar al mismo tiempo.

Sea la noche y el fuego.
Sea el amor y el hielo


No hay comentarios:

Publicar un comentario