jueves, 17 de marzo de 2016

De la oscuridad y otras amistades.

Yo solo sé hablar de la furia. No sé lo que es una caricia.
Me miro al espejo y solo veo un plato de hueso recubierto de piel, con dos agujeros verdes y una falda de pelo negro alrededor de la boca. Esa superficie, esa máscara, es lo que llevo por rostro desde el principio del infierno. "No dejas entrar a los demás", dijeron."Déjame ayudarte", dijeron. Este medallón de hueso y carne, pulido con miradas rancias frente al espejo, es la corona del monumento al odio que llevo por cuerpo. Una temporada en el infierno os serviría para entender. Pero tampoco entenderíais.

"¿Por qué tienes que ser así? ¿Por qué". Ella jamás ha dicho eso. Pero puedo escuchar como retumba esa frase en el hueco de su cabeza. El que siempre olvida de tapar, por donde se escapa la realidad.

Cambié el alcohol por las convicciones, y el humo por las gafas de sol. Esto es una jungla de miradas extrañas, y no quiero que nadie se cuele por estas rendijas, no sabrían volver. No me gusta hablar a no ser que sea para hacer daño, y  señalar esa enorme sombra que me rodea y envuelve mi espalda allá donde vaya, allá donde haya alguien para mirarme. Todo esto no es más que la eterna resaca de mi vida. La tormenta y el arrastre de una mala noche, de una borrachera que duró veinte años. Me esculpí a puñetazos y me pinté con la sangre de las personas equivocadas, pero no es el ruido y la furia lo que me caracteriza. Me caracteriza el silencio cuando todo el mundo habla. Y sobre todo, cuando todo el mundo espera que hable. Porque sólo soy una mirada incómoda al fondo de un pasillo a oscuras.

Mientras me recuesto sobre un montón de huesos con nombres grabados en ellos, mientras contemplo un cielo estrellado y me retuerzo esta herida en las tripas para no dormirme, pienso. Pienso que todo está en orden. Pienso que mi único objetivo está conseguido. "No estás loco", me susurro en el silencio de la habitación. 

Me he convertido en el ser humano más sano del mundo: me odio por deporte.

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