martes, 22 de marzo de 2016

Lilynette se convirtió en Satán

A veces sueño que nos encontramos en un bar y charlamos. No hablamos de nada en concreto, hablamos como si nunca nos hubiésemos conocido. Como si nada hubiese sucedido, ni lo bueno ni lo malo. Sueño que el bar está vacío y no tenemos esa tensión de la mirada ajena incrustada en los huesos. Sueño que la justicia poética está tirada en el almacén, borracha y completamente ajena a su puesto de trabajo. Que la venganza se ha tomado un descanso, que las mentiras se quedan en la cama todo el día y que el odio decide dormir en el fondo del vaso. Sueño que hablamos de todo y de nada, que simplemente llenamos el aire de palabras para evitar mirarnos a la cara.

A veces sueño que tenemos la oportunidad de tenernos delante el uno al otro para hablar. Y no se me ocurre nada que decirte, ni tengo ganas de escucharte. Sueño que nos quedamos así, en la inmensidad de un jardín gris, con una cámara de fotos en la mano y un cigarro en la otra, sin saber cuál de los dos mata más.

A veces sueño que volvemos a encontrarnos en la otra vida, y que nada de esto ha pasado.

Odio esos sueños porque no duelen.

Odio esos sueños porque tengo que obligarme a recordar por qué apareciste en mi vida. Y siempre termino recordando por qué te fuiste.

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