lunes, 22 de abril de 2013

Tregua.

No quedan granos en el reloj de arena.
No hay vuelta atrás,
no hay juicio, nunca hubo sentencia.
No hay pena.

Es triste ver cómo funciona el mundo cuando lo ves desde fuera.
Es triste ver cómo funciona el mundo cuando sabes demasiado,
cuando te vencen las ideas.

Supongo que sabes de lo que hablo,
sobra decir lo que no se dice nunca.

Todas las armaduras tienen algo en común:
los ojos tienen que estar al descubierto.
Para ver, para percibir al enemigo.
Para saber si están detrás de ti, o si están conmigo.
Y en las noches de oscuridad y melodías
a veces me digo a mi mismo que debo quitarme el yelmo,
que debo entregar las armas y dejar que las tropas
me lleven de vuelta
al útero,
que me lleven de vuelta al vacío.
Que me alejen.
Que alivien este frío.


Supongo que sabes de lo que hablo,
sobra decir lo que no se dice nunca.

Es triste comprender las cosas, pierden la magia.
Pero es más triste comprenderse a si mismo,
pierdes la cabeza.

Y aquí yazco,
con mi escudo como lápida,
comprendiendo que los soldados sobreviven para vivir otra batalla.
Que nadie puede ganar una guerra salvando a todos los heridos,
que nadie puede cargar con todos los muertos,
que el héroe también falla.
Que las armaduras protegen, pero también paralizan.
Que las flechas silban,
pero los labios callan.
Que es difícil seguir adelante cuando comprendes que recomponer pedazos rotos de otros,
todos los otros,
no te servirá para sobrevivir a la batalla.

Morirás una y mil veces, pero no renacerás nunca.
Perderás el cuello,
perderás todo cuanto alguna vez tuviste,
solo por arreglar un par de caras tristes
y colgarte medallas inútiles por ello.

Noches como esta son las que te hacen pensar
por qué no todo es más fácil,
por qué cada uno no libra su guerra y hace lo que quiere.
Noches como esta son las que te hacen pensar
si de verdad sientes.
Y si lo haces,
si te lo mereces.


Supongo que sabes de lo que hablo,
sobra decir lo que no se dice nunca.

Pero ya son demasiadas noches en vela ocultando armas tras las trincheras.
Son pocos momentos de alivio y contacto humano,
pocos momentos de pensar en lo que quieres y no en lo que debes,
por demasiadas noches de mierda.

Y vuelves al frente con la cabeza bien alta y dispuesto a alcanzar la fortaleza y llevarte el botín.
Armado, preparado y concienciado de tu propio triunfo.
Pero entonces vuelves a comprenderlo.

Los soldados nacen para morir, no para vivir y grabar su estela.
Los soldados nacen para morir.
No importa si valía la pena.

4 comentarios:

  1. La mayor libertad está en poder decidir por qué morir.

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    1. A veces llega alguien que te demuestra que no tienes por qué morir. Y las batallas internas son la guerra más cruenta.

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    2. Qué suerte que exista gente así :)

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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