No la culpé.
Comprendí la diferencia entre acantilado y sofá.
El guerrero no es un mueble,
no se puede pedir una vida igual de intensa,
para un soldado que para un mendigo.
No la culpé por destrenzar mis arneses
y observar desde lo alto de la montaña.
Aquí yazco sentado en la ladera,
observando como el cóndor pasa.
Una y otra vez, pasa.
No la culpo.
Solo Dios sabe que no la culpo.
Pero Dios no existe.
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