martes, 20 de enero de 2015

Necrolástica.

Desarrollé un macabro pensamiento que me hacía valorarla más que cualquier cosa jamás tenida por tesoro en toda la historia del triste ser humano.

Cuando las voces se elevaban y el hielo desgarraba una grieta entre ambos, quizá por la estupidez que emana esta especie violenta y sin sentido, la imaginaba muerta bajo una nube de humo a la mañana siguiente. Tendida en la cama, fría, un cadáver de marfil cuyos ojos abiertos intentaban perforar el techo de la habitación con dos agujeros imaginarios, con la obstinación apática de un cuerpo inerte.

La imaginaba muerta a la mañana siguiente, y me imaginaba al pie de la cama, contemplando la obra.

Entonces recordaba cuando las voces se elevaban.
Recordaba el hielo.
Recordaba la estupidez.

Y olvidaba.

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