domingo, 25 de enero de 2015

El lobo y el mono.

En algún lugar de su infierno
el lobo y el mono se miraron a los ojos.

El frío y la nieve se deslizaron por las grietas de las puertas.
Cruzaron todos los desvanes, haciendo crujir la vida.
Azularon el tiempo,
congelaron la verdad
y cubrieron el caos con una fina capa de escarcha.
El hielo acarició lentamente las hojas verdes,
y se mantuvieron así por siempre.



El calor y la luz bañaron las paredes de la cueva.
Pintaron las paredes de roca con símbolos de guerra y muerte.
Enrojecieron los recuerdos,
abrasaron cada mentira
y envolvieron las normas en llamas.
El fuego iluminó cada estancia como si el amanecer fuese eterno,
y ya nunca hubo oscuridad.

Cuando el hielo y el fuego terminaron aquella danza,
las memorias escritas en papel se convirtieron en ceniza.
Los motivos quedaron hechos pedazos,
las razones se lanzaron río abajo.
No quedaron reglas ni mandamientos a los que abrazarse.
El mundo era libre



Y así apareció y desapareció el orden.
Y así apareció y desapareció el caos.
Para quedarse allí y no volver jamás.
Para no volver jamás y quedarse para siempre.
Para que la lógica del mundo no existiese nunca más.


Y en aquel caos ordenado,
en aquel orden roto,
el lobo y el mono se miraron a los ojos por primera vez
en toda su existencia.
Habían combatido entre ellos desde el comienzo del mundo.
Habían sangrado, llorado,
gritado, asesinado,
perdido y ganado frente al otro.
Habían derrotado comadrejas.
Ratas.
Arañas.
Sapos.
Víboras.




Uno frente al otro.
Lobo de fauces cerradas,
runas, piedras,
ojos de hielo,
paciencia
y alma de escarcha.
Mono de puños cerrados,
símbolos, pergaminos,
ojos de fuego,
rebeldía
y alma de piedra.





Y sellaron la paz
que tanto había esperado aquel lugar.
La guerra cesó allí dentro.

Y ante la muerte de la lógica,
la desaparición del dolor,
la paz que pintó las paredes de la cueva y selló las puertas,
nada era real.
Nada era tangible.
Todo era la creación de otra creación de otra creación.
Todo estaba unido,
encadenado,
despacio,
a un núcleo que latía con fuerza,
como un inmenso ser vivo.
Cálido,
suave,
vivo.

El lobo y el mono durmieron bajo aquel corazón,
protegiendo las espaldas del otro.
Sus cadenas fueron cadenas compartidas desde aquel instante.
Compañeros en aquella nueva tierra sagrada,
comprendieron que nada era cierto.

Lo único real cuando el alma está en guerra,
es la sangre.
La sangre que brama.

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