jueves, 10 de octubre de 2013

Sangra Octubre.


Sangra Octubre,
como todos los años de esta muerte tan larga.
Se abre en canal,
derrama sobre mis heridas recuerdos de vinagre y culpa.
Y la tormenta se desata en mi estómago a cada paso,
a cada memoria envenenada de un infierno de hierba, roca y agua.



El sol no calienta,
la luna no ilumina,
la lluvia no empapa
y la hierba no crece.
Solo puedo escuchar el dolor rodando colina abajo,
estrellándose contra los muros de mi mente,
haciendo temblar los cimientos.





El viento invita a bailar a las hojas.
Giran,
giran y bailan,
dan vueltas en remolinos de patrones extraños,
sin rumbo,
estrellándose contra las paredes y chocando torpemente con todo lo que se encuentra a su paso,
como insectos idiotas que no saben hacia dónde van.
No puedo hacer más que observarlas,
ver su sin rumbo,
sentir como el viento silba a mi alrededor y levanta mi abrigo en vano.
Quien fuera hoja,
quien fuera bolsa de plástico,
y dejarse llevar.
Dejarse llevar hasta el fin.


Cierro los ojos.
Intento no ver el mundo,
transformarlo todo en una cortina translúcida.
Pero los rostros emergen de las profundidades,
dibujan la oscuridad con sus siluetas.
Los dedos afilados señalan desde las esquinas,
las miradas abrasan mi nuca,
los reproches taladran mi pecho.
Ya no están ahí,
pero los siento.


Y sigo buceando en el fondo de los vasos,
buscando una fuga, un desagüe por el que abandonar mi vida.
No puedo apartar los ojos de la calavera de mi piel,
no puedo dejar de leer su mirada: "Ocurrirá".

Tumbarme en colchones de humo,
sentarme de espaldas al tiempo,
ahorcarme en mi suerte,
vivir de mi muerte,
sentir que no quedan momentos,
recuerdos, verdades,
instantes que aviven mi mente.

Apenas puedo
 dar dos pasos
 sin sentir cómo se clavan las imágenes en mi cerebro.
Apenas puedo
tomar aliento
sin sentir cómo el veneno se come mi interior.

Pero no.

No dejaré que el Anciano me mastique.
No dejaré que el monstruo acabe conmigo.
No seré infiel a la promesa de mi pecho.

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