martes, 28 de diciembre de 2021

Addictus

Pasan las horas

en esta prisión:

la de dentro

y la de fuera.



Hay una morgue

en mi costillar,

cuyos suelos brillan

con el rocío del benceno

y los recuerdos rotos.

Cuando tengo frío,

bajo allí

y me abrazo a los muertos,

porque ellos tampoco tienen

nada que decir.

Tan solo existen,

entre un sitio y el otro,

con las venas anegadas de químicos

y el cerebro apagado.

Los corazones que no laten

duelen menos.


En el espejo,

unos ojos pintados en sangre

se ríen de mí.

Alguien grita 

que desde que tú no estás 

en este rincón,

ya no se atreve a pasar 

la luz del sol.

El polvo se acumula en las almohadas.

El frío se introduce en los agujeros.

La sangre se seca para siempre.

Nada entra y nada sale.

Esta habitación

es una extensión de mi cuerpo.



En la noche más oscura,

me duermo mirando al este,

esperando un alba que no llega.

He bajado a tu pesadilla

para encontrarte otra vez;

he sentido el hambre en los huesos,

y lo he saciado con veneno.

He bajado a mi pesadilla,

para encontrarme otra vez;

he sentido el odio en los huesos,

y lo he saciado con recuerdos.




Si me quedo en silencio,

cuando amaina el viento,

a lo lejos,

creo escuchar nuestra canción.

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