domingo, 26 de diciembre de 2021

Saudades

Ya no hay lobos 

bajo la ventana.

Oigo su aullido

más allá de este cielo

sintonizado en un canal muerto.

Sus voces se diluyen en el tiempo

al otro lado de la bóveda verde

 que corona esta sepultura blanca,

donde arriba es abajo,

y ayer será mañana,

donde el aire frío 

se cuela 

por los huecos

que dejaron tus dedos 

al alba.



¿Por qué lloran?

¿No saben que Dios se ha marchado

con sus juguetes de plástico,

a buscar piezas viejas

que encajen con estas entrañas?


Me dejó solo

un corazón de benzopireno

y unas manos de plata:

cada latido es un cáncer

que se extiende y me abraza,

cada caricia

te entierra más y más

bajo esta capa de escarcha.



Tropiezo 

con las copas

y sus terrazas,

y sus bares,

y sus nombres 

me hablan,

y en el fondo del vaso,

el reflejo de un yo inerte:

ojos vacíos

que olvidaron su verde,

piel pálida

que se estremece sobre la cama,

labios fríos,

tras un viejo pañuelo de lana.


Ya no hay lobos bajo la ventana.

Se marcharon 

al otro lado del mundo,

y su canción ya no late

entre estos huesos.

Quizá

nunca existieron

y todavía queda esperanza

de que yo no haya muerto

esta mañana

 y solo sueñe despierto

que encuentro 

tu mirada 

en mi cama.


Ya no hay lobos bajo la ventana,

ni tórtolas

que me despierten al alba.


Cierro los ojos

y mi cadáver se duerme,

buscando un calor

que se apaga.

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