Es la historia de una vida que es,
ha sido
y será.
Suenan los tambores,
los peldaños crecen.
El cristal brilla cada vez más,
el sol de una mañana muerta
se filtra a través del polvo,
nace,
respira
y descansa.
Los pétalos descienden sobre un abismo
que ha olvidado su propio fondo,
cayendo a un vacío que quizá nunca existió.
Dejan de sonar los tambores.
El dios despierta.
La música se apaga al otro lado del mundo,
bajo las luces y el etanol,
bajo la esperanza de que todo aquello que duele
desaparecerá mirando hacia otro lado.
Los peldaños se desvanecen durante la subida,
sin oportunidad de vislumbrar la cima.
El mundo de Mana se desvanece con un susurro.
Los tambores se apagan,
los maullidos anuncian el alba.
Pudo ser,
supongo.
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