Y despierta en el asiento de atrás,
sin más ropa sobre la piel que el sudor frío
y el rocío del vodka.
Las gotas laten sobre su pecho,
despacio,
como rostros difuminados,
vibrando con el eco metálico al fondo del
radiocasette,
el beat, beat, beat,
el back, back, back,
las olas y los surcos de un vinilo rayado,
el fin de una era,
infinitos giros de guión rasgando cuerdas,
las miradas a través del museo,
el Sí, el La, el Sol, el Mi,
la cera derretida, el fuego
que se apaga,
el himno de una muerte
que retumba
en una tumba
abierta
que cree
ser una cama,
el trueno de ondas distorsionadas
que destrozan una cabeza
que ya no piensa,
que solo sueña,
que sueña triste
que sueña en calma.
El cigarro se consume entre los dedos
que ya no son suyos,
que ya solo hablan una lengua antigua,
formada por caricias,
lejana y extinta.
Entre los labios forzados a componer el
himno
a la noche infinita;
entre las manos obligadas a recordar cómo
levantar paredes,
tallar efigies,
grabar recuerdos,
para no olvidar quién es,
qué es,
quién fue,
cómo ser,
quién soy.
¿Dónde estoy?,
pregunta,
y el silencio responde.
Los recuerdos caen
como pétalos de rosa frío,
el dolor fantasma trepa
como raíces de color de plata.
Una radio se apaga.
Un motor se ahoga.
Unas ruedas se callan.
Y entre el humo y la duda,
comienza.
A través de las ventanillas,
el mundo se consume en un estallido
de estrellas.
La caótica sinfonía de la nulidad existencial,
los colores de la soledad forzada,
la llegada del Pálido,
del Cráneo Verde,
y lo que mora mas allá,
el viento cósmico que cruza este yermo,
el lamento de la hija del flautista,
el recuerdo del niño perdido,
la Supernova,
el origen del fin
y el fin
de todos
los orígenes.
Se reclina sobre el asiento y exhala
un último suspiro,
contemplando dunas de amor y odio,
riberas de calcio negro,
el bezoar de dudas que se aloja
en sus maltrechas tripas.
Contempla la nebulosa de pensamientos
que se extiende más allá de la música,
que ya solo puede mirar en la oscuridad
mientras su piel se desvanece
en las fotografías que nunca tomó.
Y mientras el polvo cubre sus ojos,
la lluvia inunda el valle
Y el frío abraza sus pulmones,
entona una canción.
Si pudiese
acariciar tus olas una vez más,
respirar a través de tus sueños una vez más,
yacer bocarriba en tu ribera,
mientras la sangre se diluye en el agua,
una vez más.
Si pudiese ser lo que quieres.
Si pudiese,
si pudiese,
volvería a empezar de nuevo.
Lejos de este coche,
de este desierto lunar,
de las notas infernales,
del dolor,
del laberinto de soles muertos.
Déjame volver a buscarte en mis sueños.
Déjame matar la sombra.
Déjate volver a la luz.
Déjame.
Déjame.
No me olvides.
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