miércoles, 29 de diciembre de 2021

Ciclo circadiano

Existe un pequeño espacio, entre el sueño y el despertar, en el que puedes contemplar el escenario del mundo tal y como es.

Al llegar la mañana, la luz comienza a cubrir tus párpados como la marea que sube despacio tras una noche de tormenta. Las retinas se contraen bajo la piel, retroceden a su caparazón, y los impulsos eléctricos viajan frenéticamente a través de la vieja mina, levantando polvo y telarañas a su paso en un silencioso silbido, deslizándose por cientos de vías distintas hacia el corazón de la montaña.

En esa bóveda de hueso y arterias, oscura como una iglesia perdida en las entrañas de la selva, duerme el monstruo. El cerebro aguarda paciente las diminutas chispas que comienzan a rodearlo, los susurros que se cuelan entre sus pliegues, las promesas de un nuevo día que inconscientemente se derraman a través de cada una de las heridas. Y la sinfonía comienza.

Al abrir los ojos, tu mente aún no encuentra conexión entre lo que ve, lo que siente, lo que piensa. El universo son pedazos de una realidad diseccionada, completamente separada e inconexa, como las piezas de un mosaico incompleto. El mundo se revela tal y como es. Sin colores. Sin olores. Sin dolor. Todo es tal y como debería ser la primera vez.

Y durante esos segundos de irrealidad, los sentidos se difuminan y se confunden. Viajan a través del espacio y el tiempo en lo que dura un microsegundo, te llevan de la mano a cruzar océanos de sueños y de palabras sin darte cuenta. Cada centímetro de tu piel existe en mil mundos distintos y cada gota de sangre de tu cuerpo se aloja en otro cuerpo y cada sueño en otro sueño.

Es ese espacio, entre el sueño y el despertar, en el que la lluvia todavía no ha empezado a caer, en el que los recuerdos no existen, en el que el dolor no existe, en el que tú no existes.

Y en ese espacio, todas las mañanas, durante lo que dura el viaje de un impulso eléctrico de mis retinas a mi cerebro, yo soy tú, y mis manos son tus manos, y mi cuerpo es tu cuerpo, y puedo sentir el latido de las sábanas calientes como pan recién hecho. Y en ese impulso veo tu ventana, y no mi ventana, y siento tu respiración y no mi respiración, y saboreo tus labios y no mis labios.

En ese espacio, que solo dura lo que dura una chispa en la inmensidad del universo, veo el escenario del mundo. Y mi escenario eres tú.

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