En el callejón donde el Hades se cerró a sus espaldas,
brilla un poema en llamas escrito sobre la acera.
Las letras se retuercen como lenguas de fuego,
acariciando las paredes mientras esperan, inquietas,
la promesa de lluvia de una primavera suicida.
Allí donde terminan los versos,
junto a las puertas del infierno,
late un charco de sangre
rodeado por un manto de nieve
que se deshace al compás del sol.
Y escrito con el dedo de un niño,
al pie de esta despedida de ceniza,
queda un epitafio de dos palabras
que reta a la muerte y al destino,
que da comienzo a la razón,
que pone fin al mito,
que reza:
"Hoy no".
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