miércoles, 23 de febrero de 2022

Veridis Quo

Corre.

Una hora tras otra,

un tren tras otro,

una voz tras otra,

un beso tras otro,

una duda tras otra.

Corre.


Se hunde en la luz estática 

de un televisor muerto,

y en silencio,

siempre en silencio,

espera un ritmo nuevo.

Lo que dice,

forma una melodía.

Lo que no dice,

no existe.

La realidad es un falso sueño

demasiado cruel para ser cierto.


Puede desvanecerse frente al espejo

si se concentra lo suficiente.

Puede desaparecer entre el humo y el neón,

borrar las huellas sobre la alfombra,

disipar la sombra y el latido

con una luciérnaga de ceniza

que ilumine su oscuro santuario.


Puede morir despacio y vivir deprisa,

tal y como fue diseñado.

Puede sentir que vuela

aún sujeto por frías manos. 

Puede cargar con el peso de la tormenta

y seguir envolviendo veranos borrosos

con papel de regalo.


Puede matarse en silencio,

siempre en silencio,

bajo los focos azules

de su propio escenario.


Se muerde los labios y el alma

decidiendo

si seguir

o vivir.

Si coger esta mano de invierno

que se desliza bajo la ropa,

que acaricia sus huesos,

que despierta sus ojos de nuevo.

Si clavarse a la cruz de fuego

en la que ardieron todos sus sueños.


Puede sentir tantas cosas,

en silencio,

siempre en silencio,

que no recuerda que ya está muerto.


Por eso


corre.

Un paso tras otro,

una cara tras otra,

un instante tras otro,

una colisión tras otra,

un adiós tras otro.

Corre.

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