Sueño
que nos encontramos de nuevo.
Que charlamos
y el tiempo pasa
como solía.
Que nos sentamos en un parque
a medir las horas en cucharillas de café.
Que la vida se convierte en mito.
Que todo es
que nunca ha sido
que nunca ha dejado de serlo.
Sueño
que las manecillas giran
en dirección prohibida
y la ropa
y la vida
(el mito)
nos quedan grandes.
Que volvemos a ser dos niños
sentados en un banco
bajo un sol de verano sin ojos
y un cielo azul sin sangre.
Sueño
que sonríes
y sueño
que no duele.
Y dos adultos con nuestra cara
nuestras manos
nuestros miedos
nos gritan a lo lejos
y agitan sus cuerpos.
Tristes y cansados.
Rotos de frío.
Muertos.
Sueño
que te aparto el pelo de la cara
y que me veo en tus ojos
durante un segundo.
Que quiero ser lo prohibido,
dibujar en el suelo
el instante
en el que tu sonrisa florece despacio
para estudiar su geometría,
para encontrar sentido al enigma
que provoca
que mi mente
aprenda a volar
cuando me miras.
El sol se marcha,
la marea sube.
En la noche, muere un faro.
Y nuestros adultos gritan,
desesperados,
pero no escuchamos.
Solo somos dos críos
existiendo entre una sonrisa
y la siguiente.
Y no sabemos de caos,
no sabemos de grises.
no sabemos de muerte.
Me despierto
estrellándome contra el espejo.
Y me asomo a todas mis ventanas
a gritar que no me importa
nada de esto.
Que no hay infierno que me tenga preso.
Que estoy loco.
Pero sueño.
El niño se sienta en el banco del parque
con una bolsa de canicas rojas.
Yo me siento en el suelo
con los trozos de mi espejo.
Sueño
que quiero
soñar
este sueño
de nuevo.
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