jueves, 27 de enero de 2022

Misa de Medianoche

Hay algo extraño en volver a casa.
Cruzas una puerta y el tiempo se detiene. Eres tú, pero ya no eres . Ya no eres tú, pero nunca has dejado de ser tú. 


Vuelves al comienzo de un camino que ya no es tuyo, porque ahora eres la suma de todos tus pasos. Te devuelven al momento en el que empezó todo, sin la posibilidad de empezarlo todo de nuevo. Toda una biblioteca de información sobre ti mismo con la que cambiar el pasado, pero ningún control sobre ello. Y así, te conviertes en un mosaico de diapositivas inconexas, una triste colección de pétalos secos de flores cuyo nombre no recuerdas, un viaje a ninguna parte de la mano de tu propia sombra. Te conviertes en un álbum de fotos en el que no encuentras tu rostro.

Volver a casa es como mirar dentro de uno mismo. Puedes hacerlo siempre que quieras, pero prefieres no hacerlo. A veces es necesario, pero siempre en los momentos más duros. Hay buenos recuerdos y malos recuerdos. Cosas que no recordabas que tenías y cosas que creías que ya habías tirado. Siempre hay una voz que delata y una mirada que juzga. Siempre hay frío y ruido. Y siempre hay lugares derruidos que necesitan ser reparados. Muros caídos. Suelos agrietados. Escaleras hundidas. Bancos vacíos.

Volver a casa es caminar acariciando paredes con los ojos cerrados. 
Es ver a un fantasma besándote en un viejo espejo. 
Es notar los huecos de las fotografías que ya no están. 
Es caminar hacia la costa y dejar que el frío te abrace.
Es navegar hacia el horizonte y despedirse de cenizas que se hunden en el océano.
Es contemplar donde comenzó todo, en el momento en el que terminó.
Es sentir la nada en los labios, en el cuello, en la espalda.
Es observar los rayos de sol perforando la bruma.
Es respirar sin tomar aire.
Es morir sin estar vivo, es vivir sin saber que has muerto.

Es el espacio entre la paz y el horror.


Yo solo quise cruzar la distancia. Atravesar el abismo que hay entre la persona que era y la persona que fui. Solo quise cruzar esa distancia y decirme a mí mismo que la luz iba ganando. Que el cielo carmesí también era para mí. Que podía ser salvado. Que podía amar y ser amado.

El miedo llegó con la tormenta. Hundió los pasos en el lodo, ahogó las palabras con viento, quebró los grabados de piedra. La noche borró el camino y las manos, empapadas por la lluvia, se agarraron a las raíces para no perderse.

El amor al relámpago.
El miedo al trueno.

"Nos matamos para que no lo hagan otros".

Cuando la tormenta pasó, quedó un cascarón vacío. Un niño pálido y frágil, escondido bajo un escudo en un campo de batalla lejano, con las manos hinchadas y la cara cubierta de barro. Sin saber qué hacer con ese miedo anclado en sus tripas, con el temblor de la ausencia y el odio que viene después, con la oscuridad de la noche sin estrellas, el frío de la cama vacía, el sabor del fracaso, la voz que se ríe en su oído y le promete que el final ya estaba escrito. El miedo lo cambió todo.


Hoy he caminado de vuelta al principio, con la cara limpia, la espalda erguida y las manos vacías. Envuelto en hielo y luto. Sin palabras en la garganta. Con los ojos cerrados y el corazón bajo la lengua.

He caminado por todas mis vidas, pisando sobre mis huellas, reconstruyendo mi escenario. Los viejos lugares parecen extraños y distantes. Los cuerpos ajenos se hacen confusos bajo las sábanas. Las luces del puerto se vuelven frágiles y mentirosas. Los mismos ojos, los mismos sabores, las mismas palabras, el mismo mundo. Y ya nada es lo mismo, pero solo queda adentrarse en el desierto.

Morir es esto. Desaparecer en un viaje químico, liberar todas tus emociones en una última supernova, dejar atrás aquello que pesa y que te hunde en estas aguas. Cerrar los ojos mientras contemplas las olas desgastando la bahía, olvidar el sabor de la piel, ignorar el frío de las lágrimas. Naufragar entre carcajadas. Dormir sin pedir perdón. Flotar en alta mar a la espera de un sol que te borre de esta historia. Pagar tu deuda con el amanecer.


En la oscuridad de esta noche sin estrellas, he encontrado mi reflejo en un pequeño charco, abrazado a una promesa intacta, esperando algo que nunca llega, consumiéndose sobre el agua y la memoria, torturándose en silencio imaginando el cómo y el quién, desvaneciéndose en un eterno grito silencioso contra los cielos.

Le he tendido la mano. Lo he vestido. Lo he abrazado. Lo he llevado de vuelta al principio, y nos hemos sentado en ese banco vacío.

"Descansa. Coge fuerzas. Y no lo olvides. Nacimos para correr".

Y es que hay algo extraño en volver a casa.

Cruzas una puerta y el tiempo se detiene. Eres tú, pero ya no eres . Ya no eres tú, pero nunca has dejado de ser tú. 

Y siempre hay lugares derruidos que necesitan ser reparados. Muros caídos. Suelos agrietados. Escaleras hundidas. Bancos vacíos.

Voces y espadas.
Niños perdidos.
Cartas a casa.

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