viernes, 30 de diciembre de 2022
Sin forma
martes, 18 de octubre de 2022
Runas
sábado, 1 de octubre de 2022
De alfombras y pies descalzos
domingo, 4 de septiembre de 2022
viernes, 29 de julio de 2022
Deep funk
viernes, 10 de junio de 2022
Niño
lunes, 6 de junio de 2022
"No"
miércoles, 1 de junio de 2022
Variables
domingo, 29 de mayo de 2022
Vivo
martes, 17 de mayo de 2022
El hambre y la llaga
lunes, 2 de mayo de 2022
Skarl
jueves, 28 de abril de 2022
Kumantsi
lunes, 11 de abril de 2022
Amanecer
jueves, 7 de abril de 2022
Morgana
martes, 5 de abril de 2022
Something in the way
domingo, 27 de marzo de 2022
Rey Muerto
jueves, 17 de marzo de 2022
3200 noches
jueves, 10 de marzo de 2022
Lo que queda
martes, 8 de marzo de 2022
98 pasos
lunes, 7 de marzo de 2022
Circe
miércoles, 2 de marzo de 2022
Temblar(nos)
martes, 1 de marzo de 2022
Exit Music
jueves, 24 de febrero de 2022
"Un Jour Je Serai De Retour Près De Toi"
En el callejón donde el Hades se cerró a sus espaldas,
brilla un poema en llamas escrito sobre la acera.
Las letras se retuercen como lenguas de fuego,
acariciando las paredes mientras esperan, inquietas,
la promesa de lluvia de una primavera suicida.
Allí donde terminan los versos,
junto a las puertas del infierno,
late un charco de sangre
rodeado por un manto de nieve
que se deshace al compás del sol.
Y escrito con el dedo de un niño,
al pie de esta despedida de ceniza,
queda un epitafio de dos palabras
que reta a la muerte y al destino,
que da comienzo a la razón,
que pone fin al mito,
que reza:
"Hoy no".
miércoles, 23 de febrero de 2022
Veridis Quo
Corre.
Una hora tras otra,
un tren tras otro,
una voz tras otra,
un beso tras otro,
una duda tras otra.
Corre.
Se hunde en la luz estática
de un televisor muerto,
y en silencio,
siempre en silencio,
espera un ritmo nuevo.
Lo que dice,
forma una melodía.
Lo que no dice,
no existe.
La realidad es un falso sueño
demasiado cruel para ser cierto.
Puede desvanecerse frente al espejo
si se concentra lo suficiente.
Puede desaparecer entre el humo y el neón,
borrar las huellas sobre la alfombra,
disipar la sombra y el latido
con una luciérnaga de ceniza
que ilumine su oscuro santuario.
Puede morir despacio y vivir deprisa,
tal y como fue diseñado.
Puede sentir que vuela
aún sujeto por frías manos.
Puede cargar con el peso de la tormenta
y seguir envolviendo veranos borrosos
con papel de regalo.
Puede matarse en silencio,
siempre en silencio,
bajo los focos azules
de su propio escenario.
Se muerde los labios y el alma
decidiendo
si seguir
o vivir.
Si coger esta mano de invierno
que se desliza bajo la ropa,
que acaricia sus huesos,
que despierta sus ojos de nuevo.
Si clavarse a la cruz de fuego
en la que ardieron todos sus sueños.
Puede sentir tantas cosas,
en silencio,
siempre en silencio,
que no recuerda que ya está muerto.
Por eso
corre.
Un paso tras otro,
una cara tras otra,
un instante tras otro,
una colisión tras otra,
un adiós tras otro.
Corre.
martes, 22 de febrero de 2022
Instant Crush
Sueño
que nos encontramos de nuevo.
Que charlamos
y el tiempo pasa
como solía.
Que nos sentamos en un parque
a medir las horas en cucharillas de café.
Que la vida se convierte en mito.
Que todo es
que nunca ha sido
que nunca ha dejado de serlo.
Sueño
que las manecillas giran
en dirección prohibida
y la ropa
y la vida
(el mito)
nos quedan grandes.
Que volvemos a ser dos niños
sentados en un banco
bajo un sol de verano sin ojos
y un cielo azul sin sangre.
Sueño
que sonríes
y sueño
que no duele.
Y dos adultos con nuestra cara
nuestras manos
nuestros miedos
nos gritan a lo lejos
y agitan sus cuerpos.
Tristes y cansados.
Rotos de frío.
Muertos.
Sueño
que te aparto el pelo de la cara
y que me veo en tus ojos
durante un segundo.
Que quiero ser lo prohibido,
dibujar en el suelo
el instante
en el que tu sonrisa florece despacio
para estudiar su geometría,
para encontrar sentido al enigma
que provoca
que mi mente
aprenda a volar
cuando me miras.
El sol se marcha,
la marea sube.
En la noche, muere un faro.
Y nuestros adultos gritan,
desesperados,
pero no escuchamos.
Solo somos dos críos
existiendo entre una sonrisa
y la siguiente.
Y no sabemos de caos,
no sabemos de grises.
no sabemos de muerte.
Me despierto
estrellándome contra el espejo.
Y me asomo a todas mis ventanas
a gritar que no me importa
nada de esto.
Que no hay infierno que me tenga preso.
Que estoy loco.
Pero sueño.
El niño se sienta en el banco del parque
con una bolsa de canicas rojas.
Yo me siento en el suelo
con los trozos de mi espejo.
Sueño
que quiero
soñar
este sueño
de nuevo.
domingo, 20 de febrero de 2022
The Joker and The Queen
Una mañana que no es una mañana
cubre esta ciudad que nunca fue mi ciudad.
El tiempo es una melodía de piano
escrita por un loco;
el espacio, una voz rota
que hace eco en la soledad;
la vida, una obra de teatro sin guión.
El bufón y la reina,
un cuento de Navidad sin luces,
una muerte entre las flores,
una calavera desenterrada,
un poema para Ofelia.
Morí
y seguí mandando cartas a casa
hasta quedarme sin manos
con las que ganar la partida.
Ya no tengo nada que apostar,
y no puedo levantarme de esta mesa
en la que siguen lloviendo piedras.
Y no puedo deshacerme de estas páginas en blanco,
en las que no sé qué decir.
Estoy encerrado entre dos palabras,
y no encuentro la salida
ni la entrada.
Intento coser mis heridas con el hilo del laberinto,
avanzar sin luz por estos pasillos,
y termino caminando en círculos
alrededor del espejo.
Ya no sé si soy el Minotauro o su reflejo,
el trauma de una pesadilla azul
derramada sobre la alfombra,
una noche sin estrellas
proyectada en la pared,
una vida inacabada,
una bolsa de plástico
en la tormenta.
Suena el disparo
que da comienzo a la carrera,
encajo la bala en la espalda,
y corro con los ojos cerrados.
Pero siempre he sido Orfeo,
sin entender las reglas de este juego
al que nunca quise jugar,
sin más música que este latido
que me hace compañía
en la oscuridad.
No sé volver a la torre
de la que bajé para ofrecer refugio.
No sé volver al camino
que nunca he querido andar.
Solo existe una línea de salida,
dos líneas de llegada,
ningún horizonte a la vista,
un cielo demasiado grande
para volar sin alas.
Y cada noche me paro en seco
en esta carretera abandonada.
no me importa la carrera.
Doy media vuelta y me siento en el suelo,
como tantas otras veces,
en silencio y sin decir nada,
contemplando una espalda
que se aleja del mar.
Y ahora tengo una balada clavada en el pecho
que florece cuando cierro los ojos,
que trepa hasta mi garganta
si me quedo dormido durante mi guardia.
Me arrastra de vuelta al agujero
en el que busco mis pedazos en silencio,
en el que mueren los sueños,
solos,
de hambre y de miedo.
Toda historia tiene un final,
pero este cuaderno está lleno.
No quedan páginas que escribir.
Es el final de todas las cosas,
y yo sigo aquí.
sábado, 19 de febrero de 2022
Born To Run
Ya no recordaba
el fuego en el pecho
la risa en la ventana
las botas en la carretera
el beso en la oscuridad
la vida
que abrasa.
Existir en el silencio
entre un rasgueo y el siguiente
entre las ondas que distorsionan
los días del fin.
Solo necesito un agujero en el cielo
para dormir
una señal en el cielo
para encontrar un mundo nuevo
una voz
que me abrace al final de la noche.
Toda una vida siendo inmortal
y solo necesitaba morir
para volver a correr.
Volver
a empezar.
viernes, 18 de febrero de 2022
Pálida
jueves, 17 de febrero de 2022
I
cerrar los ojos
cruzar el oceáno
en silencio
morir
entre las flores que se abren
dormir
(soñar)
no quiero
de ti
quiero
contigo.
miércoles, 16 de febrero de 2022
Niño de Ryukyu
lunes, 14 de febrero de 2022
La canción que encontré en el fin del mundo
Cuando era niño, descubrí que mi brújula no marcaba el Norte.
El Norte lo tengo grabado en los huesos: está en el aire frío que se cuela entre mis costillas después de cada batalla, en la nieve que va entrando en mi cabeza para apagar el fuego y las historias, en las marcas funerarias de mi espalda.
Cuando era niño, entre cristales rotos, casas vacías y campos quemados, descubrí que mi brújula marcaba el fin del mundo.
Así aprendí a correr. Huyendo en la dirección contraria.
· · ·
Al otro lado del mar, duermo sobre la carne de un corazón muerto.
Finjo que sueño, y escucho cómo el vacío llena la habitación poco a poco. Le oigo entrar por los agujeros del papel, deslizarse por la rendija de la puerta, filtrarse a través de la luz azul de esta mañana sin fin. Como la niebla estancada de enero, cubre mis sábanas y mi piel, empapa hasta los huesos, trae el invierno a bailar sobre mi cuerpo, a pisotearme en silencio, a hundirme sobre la nieve de mi cama. Enterrado en esta soledad, grito sin voz en la garganta.
Asustado, me levanto de este lecho y comienzo a caminar, con la brújula entre las manos. Creo que conozco el sendero.
En el fin del mundo, se alza una montaña.
En la montaña, un bosque.
En el bosque,
entre la vieja raíz y la fría roca,
el Dios Ahorcado.
Herrero de Guerreros. Pastor de Lobos. Duerme bajo un lecho de hojas muertas, con su ojo siempre abierto, su boca siempre cerrada. Vigila el cielo de los que se han perdido y planta estrellas que florecen cuando cae la noche, para marcar su camino. Guarda silencio ante la duda y el tiempo, porque conoce todos los secretos y ninguno de ellos puede resolver el misterio. Su ojo llora por aquellos que lo visitan, pues conocen los secretos y ninguno de ellos ha podido resolver el misterio. De sus lágrimas brota una cascada, y en el fondo del estanque, donde duermen las piedras y los muertos, se escucha el rumor de una canción.
La vida termina allí, en el lugar en el que muere la melodía y empieza el silencio.
El fin del mundo está en el espacio que ocupa un corazón que no late.
En la ribera del río, lavo mi cuerpo y limpio el barro, y la sangre de mil batallas. Mi piel queda pálida y desnuda al pie de las montañas, sin pinturas de guerra, sin canciones, sin palabras. Y como el sol de la mañana, la luz de mis heridas se derrama. Y mis cicatrices brillan en lo más profundo de este bosque, como las estrellas que florecen en el cielo para aquellos que se han perdido, como pequeñas hogueras en la noche, como viejas almenaras.
En la superficie del agua, esa luz devuelve mi reflejo. Y en los huecos que dejaron otras manos, ahora veo los golpes azulados en mi cuerpo, la carne anudada en las huellas de otras guerras, el paso del tiempo y las marcas de los colmillos. Miro mi reflejo desnudo y carente de sentido.
Todo esto soy. Y bajo este sol de hueso que ilumina el invierno en la montaña, me entiendo.
Hago un barco de papel con mis miedos, para que viajen río abajo. Navegan entre las piedras verdes, siguiendo la ribera hasta el océano. Y allí dormirán para siempre en las profundidades, junto a los huesos de mil historias. Allá donde voy, no los necesito.
Porque mi camino está río arriba, contra las leyes de esta tierra, contra cualquier rumbo o destino, como siempre ha sido. El Herrero lo sabe. Me forjó para luchar contra corriente, para trepar cualquier montaña. Y despacio, sin palabras, sin camino, sin ropa y sin abrazo, subo el risco hasta la cascada. Me siento entre las rocas. Respiro.
Entre las raíces de la ladera, las piedras afiladas y el nacimiento del río, en pleno ascenso, me comprendo.
Que lo que siento, no entiende de estaciones. No sabe de inviernos ni primaveras. No necesito tocar, no necesito ver. En las profundidades de la tierra, en la cumbre de cualquier montaña, en el fondo del océano, en el vibrar del viento, en el trueno, en las entrañas del volcán, en la ceniza del yermo. No necesito ver, no necesito tocar. No llevo nada conmigo, nada tengo, nada ofrezco. Solo siento. Escalo la montaña hasta lo más alto, en busca del destino de esta brújula, despojado de techos, de lechos y de cuentos, busco una muerte de luz que me consuma, que me haga entender este camino. ¿Cuál es mi propósito? ¿Para qué he muerto? ¿Para qué he nacido?
Más allá del fin del mundo, en lo más alto de la montaña, tras la tumba del Dios Ahorcado, donde mueren los dioses, he dormido. Y allí no hay pesadillas, sombras, escarcha, niebla, soledad, ruido.
Hay una canción suspendida en el vacío,
compuesta por dos sonidos.
Su voz.
Mi latido.
No era el fin del mundo,
sino el principio.
Dejo la brújula
en el fondo del estanque,
y me acuesto entre los muertos.
Duermo entre las hojas,
sobre el ojo cerrado de Grimnir,
soñando con campos de batalla,
bosques de lobos,
lechos y ríos.
Y en este corazón muerto
sobre el que duermo,
he encontrado todo
lo que había perdido.
No era el final,
sino el principio.
Porque soy el que soy.
En el agua, en la tierra,
en el aire, en el frío.
Soy el que soy.
El que siempre he sido.
sábado, 12 de febrero de 2022
Lo que no puede expresarse
viernes, 11 de febrero de 2022
Misa de Atardecer
miércoles, 9 de febrero de 2022
Háblame del invierno
lunes, 7 de febrero de 2022
Hoy
Hoy
tengo
sábado, 5 de febrero de 2022
Pase lo que pase.
miércoles, 2 de febrero de 2022
Oración de la montaña
¿Dónde están los lobos?
Se fueron más allá del valle, niño
a donde no llegue el fuego
a donde la luna se esconda
al oír sus aullidos
para fingir que no está en casa
que esta noche ha salido
a colocar estos pétalos de escarcha en tu ventana
para que no olvides el frío
para que no olvides el peso
de las calaveras rotas que arrastras
ni la distancia entre el hombre que eres
y el que has sido.
Coge este cántaro de pena clara
y llévalo siempre contigo
para que bebas en las noches sin luna
en las noches sin pieles
en las noches sin nido
Guarda silencio y duerme
tranquilo
que cuando llegue la muerte
si disimulas un latido
pasará de largo esta sangre
y la piedra habrá vencido
¿Dónde están los lobos?
Ya no queda ninguno, chico
Agotaron sus pelajes
se marcharon sin hacer ruido
Los mató la nieve de Enero
y aún creen que están dormidos